domingo, 2 de octubre de 2016

Año I después de Bowie




      Cuando comencé a seguir a Bowie él tenía 35 y yo 17. Es decir, Bowie ya era un dinosaurio del rock. El punk hizo envejecer a las estrellas del rock. Sin embargo, según nuestros parámetros, eran muy jóvenes aun. Desde entonces, he vivido con Bowie casi todos los días. He visto envejecer su cara. Cuando fue madurando, los periodistas siempre le preguntaban cuál era su secreto para mantenerse joven. Y yo vivía siempre contento de verle joven. Siempre miré con admiración su físico. Era increíble verle siempre activo, joven y sorprendiendo. Cuando cumplió 50 años, dio un concierto con multitud de artistas. Recuerdo que al soplar las velas, no acertó a apagarlas e hizo un gesto de hombre maduro al que le falta resistencia. Sin embargo, era una de sus bromas. Seguía estando en plena forma y más atractivo que nunca. Poco tiempo después, pude observarle a solo unos metros de distancia y sorprendía lo joven que estaba. A mi me parecía como un milagro. En el año 2004 compré una entrada para verle en una plaza de toros. ¿Bowie en una plaza de toros? La cosa sonaba muy mal. No me gustaba la idea. Y efectivamente, el concierto se canceló porque Bowie acababa de sufrir un infarto. En el fondo, casi me alegré al ahorrarme verle en una plaza de toros. Y a partir de ahí, Bowie desapareció. Gracias a Internet me dediqué a coleccionar fotos suyas, afición que no he dejado. Tengo miles. En sus escasas apariciones Bowie ya no era joven. Era un abotargado hombre de 60 años. Por primera vez en mi vida, veía a un Bowie adulto. 

Siempre he tenido el morbo de ver envejecer a las estrellas del rock. Me fascina cómo lo hacen. He visto actuar a un Jagger y Dylan ancianos. Incluso los eternos robots de Kraftwerk han envejecido. Las leyes de la naturaleza no hacen excepciones con las estrellas del pop. 


Cuando el 8 de enero de 2013 vi en la pantalla de mi iPad un nuevo video suyo, quedé paralizado mientras tragaba mis cereales. ¡Bowie estaba vivo y componía! El video fue una conmoción. Y todo el año 2013 una orgía de vídeos y nuevas y sorprendentes canciones. Bowie se mostraba ya casi anciano. Sentí casi lo mismo que se siente cuando ves envejecer a tus padres, una tristeza infinita. 



El siguiente impacto visual fue a finales de 2015. Bowie había estrenado dos vídeos con dos nuevas y lúgubres canciones. Y aparecía más viejo que nunca. Me sorprendí de que se mostrara tan cercano, tan arrugado. Blackstar podía parecer la enésima diatriba antireligiosa. Pero Lazarus era directa. Recuerdo una noche mientras veía el vídeo, lo paré y me levanté. Me pregunté qué coño le pasaba a Bowie, qué nos quería decir. Puede parecer un pensamiento falso tras el shock que produjo su muerte, pero tuve el presentimiento de que era el final. Le he visto estrenar discos desde hace casi 35 años y en este estreno algo no era normal. Bowie hacía muchos años que no realizaba declaraciones. Así que solo teníamos la música y las imágenes. Y éstas eran perfectamente claras. 

Comentario publicado en el artículo de Julián Ruíz en diciembre de 2015




El lunes 11 de enero cogí una bolsa anaranjada de Bowie y me fui a trabajar. En cuando me senté me comunicaron que Bowie había muerto. El secreto quedaba revelado. Cuando llegué a casa por la noche sentí que era el primer día sin Bowie. Como cada día, vi en el iPad fotos suyas. Me derrumbé. No podía verlas. Acostumbrado a buscar noticias suyas, ahora las noticias venían solas. Por todas partes se hablaba de su muerte. Tan viral se hizo que no tardó en salir en todos los medios de comunicación.  Era abrumador. De repente, Bowie era omnipresente. Famosetes de tres al cuarto que en su vida habían mencionado a Bowie, youtubers, twiteros, instagramers y toda clase de perfiles de Internet, mencionaban con admiración a Bowie.  Esto fue peor que la propia muerte de Bowie. Verle en programas del corazón, en programas basura, en telediarios… fue difícil de digerir. 


Compré unas estanterías y reuní todo el material que tenía. Cuando lo terminé, me pregunté por qué no lo había hecho antes. Y ahí ha quedado todo ese material para su contemplación porque decidí no escucharle más. En un principio porque me emocionaba mucho  y después como luto impuesto. Además, era imposible no oír su música en la radio, en la televisión y en Internet. Cada vez que sonaba, apagaba el aparato. Al final he terminado por aceptar que escucharle involuntariamente es un daño colateral. ¿Hasta cuándo va a durar esta situación? No lo se. Necesito que pase un tiempo para poder reencontrarme con aquel Bowie que descubrí en la adolescencia. De momento, sigo sin poder reaccionar. Los homenajes que se han sucedido desde su muerte no ayudan nada. Ver a artistas que detestas cantando sus canciones es un martirio inmerecido. Bowie nunca vendió mucho en España, a excepción quizá del año 1983. Pero siempre hubo huecos en los lugares en los que actuó. Aun recuerdo que me produjo bastante bochorno el poco público que había en Anoeta en San Sebastián. Y por obra y milagro de los nuevos medios de comunicación aparecían fans de Bowie por todas partes. Así que era el momento de recluirse.