sábado, 25 de marzo de 2023

"El deshielo de David Bowie" - Entrevista con David Bowie en 1999, por Diego A. Manrique






David Bowie llega hoy a las oficinas de su discográfica neoyorquina sin guardaespaldas, sin el cortejo que las superestrellas actuales consideran imprescindible. Acompañado de su eterna secretaria, Bowie puede pasar inadvertido en las calles de la metrópoli: gafas oscuras, un bolsón de una librería de segunda mano, vaquero y camisa de rayas. De incógnito.





Tampoco crea el enrarecido campo de fuerza propio de los divos: no se aprecia el nerviosismo habitual en una compañía cuando aparece una de sus figuras. Cordial y educado, sus exigencias a la hora de las entrevistas son mínimas: una botella de agua, un par de cajetillas de cigarrillos light: "Cuando me felicitan por mi buen aspecto tengo que reconocer que es más suerte y la constitución fuerte de mi familia- que fuerza de voluntad, conservo el mal hábito de fumar".


Maestro en relaciones públicas, quiere saber cuándo fue la última vez que se vio con el periodista. Intento evadirme, pero insiste y le complazco titubeante: "Uh, fue en 1987". Acusa el golpe: aquel año editó un disco, Never let you down, considerado incluso por él mismo como lo más abyecto de su obra, aparte de embarcarse en una gira, la Glass Spider Tour, marcada por un grotesco barroquismo. Sacude la cabeza: "Ahí sí que perdí el guión de mi carrera. Aparte de ser una gira desastrosa, tuve que ir a los tribunales... nuevamente". Una referencia a la demanda de una tejana, que compartió una noche con Bowie y aseguró que el cantante se dedicó a aterrorizarla, "se portó como un Drácula", sugiriendo que le había contagiado el virus del sida.




Un final ingrato para la etapa de mayor popularidad de Bowie, que resolvió con uno de sus bruscos golpes de timón. Se integró en un cuarteto de rock duro, Tin Machine, sin que cuajara su pretensión de ser tratado como uno más. De hecho, en los 10 años siguientes, Bowie ha ido perdiendo el respeto que se ganó en los setenta y los ochenta: el hombre que mejor captaba el espíritu de cada época, el consagrador de tendencias y actitudes, ahora parecía ir corriendo detrás de las modas, medio vampiro y medio diletante. En 1992 enseñaba su mansión en la isla de Mustique a la revista Architectural Digest y bromeaba que quería hacer una música tan anticomercial "que pierda todo mi público y pueda pasar aquí todo el año".





Desdichadas palabras: su deseo estuvo a punto de cumplirse. Al año siguiente se quedaba sin discográfica al declararse Savage Records en bancarrota. En 1995 retomó la colaboración con el productor Brian Eno, de grato recuerdo por sus discos berlineses, y editó Outside, anunciado como inicio de una serie de temática cyberpunk, que fue recibido con más incomprensión que hostilidad. El proyecto ha sido abandonado con difusas excusas ("no tengo tiempo para ordenar las veintitantas horas que grabé con Eno"), y, en otro de sus golpes pendulares, publica a comienzos de octubre Hours..., un trabajo pop que tiene la accesibilidad, la brillantez, la emoción de sus discos de la primera mitad de los setenta.


Esa es la razón de las entrevistas que está concediendo: el mensaje que se de- sea transmitir urbi et orbi es que David se ha dejado de vanguardias y ha facturado un trabajo de amplio espectro, para todos los públicos. Tal es la voluntad de Virgin Records, pero el artista no termina de identificarse con ese rol implícito de experimentador arrepentido: prefiere ir de esteta, de connoisseur del arte moderno. Ciertamente, se emociona más hablando de pintura y arquitectura que de su propia música. Pontifica sobre Duchamp, Foster, Hirst. Quiere saber del Guggenheim bilbaíno, del Thyssen madrileño, de la última exposición de Miquel Barceló.



-Los artistas son mucho más instructivos que los músicos. Mis colegas de profesión tienen, espero que no se ofenda nadie, unos intereses harto limitados. Los artistas son mejores anfitriones. Me llama Julian Schnabel y dice cosas como: "Vente, David, tengo un par de amigos y algo para picar". Cuando llego, hay inmensas mesas con manjares y bebidas, docenas de personas interesantes.


-¿Es esa la razón de que se haya convertido en entrevistador de pintores para la revista Modern Painters?


-Me abre puertas. Conversar con un hombre del siglo como Balthus es un privilegio, me permite comprobar que todos los artistas tenemos los mismos problemas. Unos usan la pintura, otros trabajamos en la música.


-Pero usted también pinta y diseña. Lanzó al mercado unos rollos de papel para pared con su dibujo de un minotauro.


 -Y me vapulearon con los peores chistes. Lo hice por lo humilde de ese soporte, con lo que pretendía remarcar mi falta de pretensiones.


-¿Le regaló algunos rollos a su amigo Tony Blair? Tengo entendido que la decoración de su residencia necesita renovación...


-(Se ríe). No, prefiero que el 10 de Downing Street siga como está, una casa modesta para un país modesto.


 -Quería preguntarle por su relación con Blair.


Nos hemos visto varias veces y hay buena vibración entre nosotros. Él fue guitarrista de un grupo de rock en la universidad y yo tuve fantasías de convertirme en primer ministro del Reino Unido. Además, declaró que, como hombre, estaba fascinado por Iman (la ex modelo somalí con la que Bowie se casó en 1992), y eso es algo a lo que no se hubiera atrevido John Major... iO Margaret Thatcher!


-La victoria de Tony Blair coincidió con el apogeo de Oasis, Blur y otros grupos del britpop. Se habló de que Londres había renacido, de una nueva era dorada parecida a los años sesenta. Cool Britannia, decían.


-Eso es un bluff. Lo de relanzar Londres como capital del pop fue una ocurrencia de Vanity Fair, la revista norteamericana. Yo viví el Londres de los años sesenta, y no sólo eran los Beatles, los Rolling Stones y demás grupos; fueron años de drogas nuevas, de experimentación artística y sexual. Ahora todo viene de segunda mano.


-Supongo que el problema consiste en que las actuales percepciones del pasado llegan embellecidas. ¿Qué pensó de Velvet goldmine, la película sobre la era del glam?


-Un horror. La generación que se hizo adulta conviviendo con el sida tiene una visión rosa de cómo vivíamos en los primeros años setenta. Reducirnos a criaturas que follaban como conejos no es más que una proyección de sus fantasías.


-¿Qué se siente al ver que la pantalla muestra en la cama a dos personajes que son trasuntos de David Bowie e Iggy Pop?


-Indignación. Más que nada. por ser un retrato tan pavorosamente equivocado. ¿De verdad se nos reconoce en esa pareja de payasos? Eso nunca ocurrió... por lo que yo recuerdo. No, imposible: Iggy es un heterosexual puro. Además, el director se confundió de década: parece una película de los new romantics. Quiero enmendarlo con la versión cinematográfica de mi Ziggy Stardust. Se estrenará en el 2002, en tres versiones completamente diferentes: en cine, en teatro y en Internet. Son tres piezas autónomas, cada una con su director, que se pueden sumar. 


-Tal vez sería justo realizar también un documental sobre el rockero que inspiró el personaje de Ziggy, Vince Taylor. 


-¿Conociste a Vince? Me enteré que en sus últimos años trabajó en el aeropuerto de Ginebra como mecánico de aviación. ¿No es lo más raro que puede hacer una estrella del rock?


-De cualquier forma, se me ocurre que puede resultar incómodo tener que seguir explotando la antigua mina de Ziggy Stardust cuando se presume de vivir mirando al futuro.


-Yo no vivo el futuro, vivo el presente, el aquí y ahora; es la única receta saludable. De verdad, tengo la suerte de no obsesionarme por el pasado. Mi pasado es, desde luego, interesante (carcajadas), pero se lo dejo a los mil biógrafos que han publicado libros sobre mi persona. Lo de vivir el momento te permite sorprenderte cuando resurgen sitios, personas, sucesos que ya has olvidado.


-¿Hay algún cambio radical de perspectiva cuando uno cumple los 50 años?


-Yo no lo sentí como una catástrofe. Mis siete últimos años han sido, puedo firmarlo donde quieras, los mejores de mi vida. Gracias a Iman, que ha sido la fuerza estabilizadora de mi existencia. 


-Eso suena a declaración para Hello! (versión británica del ¡Hola! español), que parece ser una de las revistas que favorece...


-¡Ellos me favorecen! Me ofrecieron una cantidad obscena de dinero por tener la exclusiva de mi boda y acepté. Bueno, fue la segunda ceremonia, la religiosa, que celebré en Florencia con amigos y familia. La gran novedad de los años noventa es que un músico puede ganar dinero, más dinero y más fácil, haciendo cosas que no tienen que ver con la música.


-Una de las últimas sorpresas proporcionadas por David Bowie fue la idea de vender un paquete de bonos en Wall Street: 55 millones de dólares con el respaldo de sus regalías y sus derechos de autor.


El negocio del rock es muy variable, la gente no sabe que terminas un año con más ganancias de las que puedes asumir en términos de impuestos y luego te pasas tres con problemas de liquidez. Disponer de esos millones me permite diversificar mis inversiones. ¿Que suena muy calculado? No, simplemente compro mi libertad. Y me encanta que colegas como Mick Jagger, que presumen de sabiduría financiera, me estén pidiendo detalles.


-Es que sorprende que, dada su actual bonanza, acepte contratos por motivos que reconoce como puramente económicos. Por ejemplo, lo de final del milenio actuando en Nueva Zelanda. 


-Bueno, es un gran contrato e Iman no conoce esa parte del mundo. Además me resuelve ese dilema de qué hacer el 31 de diciembre de 1999. En realidad, el fin del milenio me pilla con un espíritu optimista, no creo que se reproduzca el temor de que el mundo acabe, como parece que ocurrió en 1899. De todos modos, me acaban de contar que en Nueva Zelanda hay problemas logísticos, de vuelos y alojamientos, y no está claro que se celebre mi concierto.


-Por otro lado, el director del Festival de Salzburgo le recrimina que no aceptara participar allí en un montaje de Robert Wilson, aunque estaba dispuesto a pagarle medio millón de dólares.


-¿De verdad ha dicho eso? No entiendo que alguien que va de mecenas de la vanguardia tenga que dar argumentos económicos para explicar que... bueno, le conocí y me pareció una persona desagradable. Y se dedica a mandarme mensajes a través de Bianca (Jagger) como si ella fuera mi representante. ¡Por favor!...


Agrada comprobar que Bowie también puede sulfurarse. Como entrevistado, mantiene un férreo control de la situación. Sus ojos, diferentes en color y forma, están fijos en el periodista e irradian algo de la hipnotizante mirada de una cobra. Con Bowie no valen los trucos baratos: lo de guardar silencio para que siga hablando, eso de volver a plantear una pregunta con palabras diferentes ("creía que eso ya lo habíamos hablado"). Ni siquiera se siente especialmente motivado para hablar del nuevo disco, un tema que suele resultar infinitamente fascinante para cualquier artista en periodo de promoción.


-¿Qué puedo decir? Con Hours... se cumplen los 10 años de mi colaboración con Reeves Gabrels, el guitarrista que más tiempo me ha aguantado. Es un tipo con sentido del humor y que no se impresiona con mis dudas, mis visiones. En este caso, hasta consiguió que trabajáramos al estilo tradicional. Es decir, ensayamos las canciones antes de entrar en el estudio, cuando yo prefería llegar con unos esbozos y dedicarme a completarlo mientras experimentaba.


-Así que no se trata de una concesión a la discográfica para que no se preocupen los poseedores de los citados bonos.


-No, yo no trabajo así. Para mí, es un ejercicio de estilo: "Hagamos bonita música pop". Reeves y yo pasamos semanas sin oír ni un disco, encerrados en un vacío sonoro para para desarrollar Hours... En música no tengo un estilo definido: soy lo contrario de un purista. Y si las canciones terminaron pareciéndose a las de Hunky dory, pues perfecto, hace ya casi 30 años de ese disco, puedo permitirme el autoplagio.


-No, si yo no tengo problemas con ese tipo de pop. Por cierto, hay un nuevo colaborador en las letras, un tal... Alex Grant.


-¡Alex! Es un fan, participó en un concurso en Internet para poner texto a mi canción What's really happening? y ganó. Le trajimos a Nueva York, le organizamos un fantástico fin de semana e incluso participó en la grabación de la letra. Además, recibió una cantidad importante de dólares como adelanto de derechos de autor, que, nos dijo, lo va a usar para pagarse la universidad. Lo cual me parece perfecto.


-Un buen titular: "David Bowie saca dinero de su bolsillo para culturizar a la juventud estadounidense". Perfecto para alguien que ha cantado cosas como Me dan miedo los americanos o Jóvenes americanos.


-Tengo las prevenciones inevitables respecto a Estados Unidos. Vivo en Nueva York buena parte del año y soy consciente de que esto está fuera de la corriente principal de la cultura norteamericana. Es decir, los raros somos los neoyorquinos, los que toleran todas las razas y todos los comportamientos. A no muchos kilómetros de Manhattan te encuentras con bandas armadas de fanáticos de la Biblia que preferirían que el país fuera una teocracia. Y encerrar en reservas a negros, judíos y católicos. No es broma.


-Todavía hay muchas personas que se preguntan por los motivos de aquella ocurrencia suya de 1992, en el concierto de despedida a Freddie Mercury en el estadio de Wembley, al arrodillarse y recitar el padrenuestro.


-No, no fue ningún gesto premeditado de reconciliación con el cristianismo. Sencillamente, ese mismo día había recibido la noticia de que un amigo querido iba a ser víctima del sida, igual que Freddie. Se trató de una reacción instintiva.


-Imagino que lo que deseamos saber es su orientación religiosa.


-Ha oscilado, como todo en mi vida. Fui budista de joven y hasta flirteé con la magia negra. Mi sistema de creencias varía incluso de hora en hora: si estoy en un avión con problemas, me acuerdo de algún santo católico; en una playa me siento panteísta. No puedo pensar en términos absolutos en medio de un universo tan fragmentario y caótico. No creo en una sola verdad. La verdad es una perspectiva inventada, dictada por la confluencia de experiencias personales.


-Esa flexibilidad religiosa recuerda la de la sociedad japonesa.


-Sí, me considero muy japonés, el modelo de Japón es el que se va a im- poner en el siglo XXI. Creo que el siglo XX fue el de la muerte de Dios. Marx, Einstein, Freud, Jung nos convencieron no sólo de erradicar a Dios de nuestras vidas, sino de que era positivo vivir sin referencias religiosas de ningún tipo. El precio que se pagó fue terrible: del Gulag a Hiroshima. Ahora, advierto que hay una tendencia a buscar algún tipo de espiritualidad en la tecnología.


-Creo que Isaac Tigrett, el fundador de las cadenas de restaurantes Hard Rock Cafe y House of Blues, está ahora estableciendo servicios espirituales en el ciberespacio.


-¡Signo de los tiempos! No, yo tengo mi relación personal con lo que muchos llaman Dios y no necesito un ser- vicio de religiones a la carta. 


-¿Cómo es un día de David Bowie cuando no está trabajando?


Nunca dejo de trabajar! Siempre estoy pintando, esculpiendo, escribiendo, navegando por Internet. No me enorgullezco de ello, es una deficiencia mía el ser incapaz de relajarme y no hacer nada. Lo he hablado con Lou Reed, Jeff Koons, todos mis amigos: en Nueva York, si vives en una calle tranquila, incluso en una noche silenciosa, se oye un zumbido grave que te transmite energía, excitación, ganas de vivir. Así que a mi mujer le toca arrastrarme a salir, me obliga a tomar vacaciones. Nuestro destino preferido es Indonesia. Bali, más exactamente. Me interesan las sociedades complejas, con muchas capas culturales. En la Indonesia rural está muy presente el paganismo. Y adoro esas orquestas de percusión que llaman gamelan, música para ponerte en trance. Claro que siempre lleno una maleta de libros y también me dedico a leer.


-¿Qué está leyendo ahora?


 -Estoy con una biografía de Bruce Chatwin, el escritor y viajero. Es una lectura incómoda, hay quien me recuerda  que me parezco a él. Chatwin no se preocupaba mucho de la verdad, inventaba detalles y tendía hacia la pedantería. Espero no llegar a ser tan cínico cómo él: si relees su obra en el orden en que fue escrita, ves que crece su amargura, que cada vez era más infeliz. Ahí rompo con su modelo. Por cierto, ¿qué lees tú?


-Un momento... sí, el último de Nick Hornby, About a boy (en castellano, Érase una vez un padre, Ediciones B).


 -¡Qué curioso! Tengo una reticente admiración por él: devoré Fiebre en las gradas, aunque no me interesa nada el fútbol, y un buen escritor logra eso, fascinarte por algo ajeno a tu mundo. La última vez que viajé con Iman me llevé una novela de Hornby, Alta fidelidad. Era tan divertida que terminé leyéndosela en voz alta a Iman, que se reía tan- to que terminó llorando. Me dijo que había aprendido más sobre el carácter inglés en Alta fidelidad que en todos los años que llevaba a mi lado. Tal vez yo no sea un buen inglés...


-About a boy, el libro de Hornby, tiene el mismo título que una canción de Nirvana y transcurre en 1993, cuando se suicida el cantante del grupo Kurt Cobain. ¿Llegó a conocerle? 


-No, y bien que lo siento. Uno de los últimos temas que cantó era mío, The man who sold the world. Bueno, hubiera  preferido que interpretara algo de Tin Machine, fuimos un poco precursores del sonido grunge de Seattle. Generalmente, los grupos que reivindican mis canciones son ingleses y, digamos, sexualmente confusos (risita). Me refiero a Suede, Placebo, Gay Dad. Está bien, incluso he grabado con alguno de ellos. Pero me impresionó más lo de Nirvana: Cobain venía del campo, parecía un leñador hippy.


-¿Tiene alguna explicación sobre lo que le llevó a quitarse la vida?


 -No lo entiendo más que cualquier otra persona que haya leído los reportajes sobre su muerte. En realidad, el suicidio es el único problema filosófico que no puedo razonar, aunque he pensado en ello, como toda persona de tendencias románticas. Pero mi hermanastro se suicidó de verdad y tampoco soy capaz de investigar en sus motivos.

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