sábado, 21 de diciembre de 2019

Año IV después de Bowie



En mi lista del “menos bueno al mejor” disco de Bowie olvidé incluir su primer disco de 1967. La culpa no es mía, sino de la misma historia de Bowie, ya que la prensa siempre ha comenzado su discografía con Space Oddity, también llamado David Bowie, echando su primer trabajo a la lista de curiosidades, por lo menos antiguamente, no sé ahora. El mismo John O’Connell, en su reciente libro “El club de lectura de David Bowie” lo aclara al final del libro:

Para que no haya confusión con el primer álbum en solitario de Bowie, de 1967, he seguido la costumbre de referirme a su segundo álbum -que salió al mercado en 1969 y al que se llamó también David Bowie en el Reino Unido- como Space Oddity: el nombre que se le dio en 1972 para su relanzamiento con RCA y por el que solía conocerse hasta 2009, cuando recuperó su título original”. 

Ese primer trabajo de Bowie fue lo primero que escuché de él. Aparecía en un coleccionable de la historia de la música rock que compraba allá por 1981. El disco estaba pésimamente prensado y tenía un sonido lamentable. Yo sabía que “eso” no era Bowie y lo escuchaba como algo raro. Aquellas primeras grabaciones de Bowie aparecieron en muchos recopilatorios con portadas muy diferentes. Pero el disco tenía su portada original. Bowie hizo varias versiones de aquellas canciones y ahí es donde radica el interés. The London Boys, versionado por Marc Almond, es una gran canción. De When I Live My Dream hizo dos versiones. El disco fue un fracaso. Pero sirvió para que Lindsay Kemp lo utilizara en sus espectáculos para impulsar a Bowie. Después grabó temas interesantes como Karma Man y Let Me Sleep Beside You. Volvió a grabar algún tema de entonces para el frustrado disco Toy del año 2000, como Let Me Sleep Beside You, In The Heat Of The Morning, Silly Boy Blue, The London Boys y Hole In The Ground, tema que yo no sabía que era de aquella época y que he descubierto en la caja Conversation Piece. Como vemos, Bowie no olvidó sus primeras canciones. Todo esto me ha hecho valorar más el álbum Toy. Escuchado hoy resulta una desgarradora reivindicación de juventud . Durante años el primer álbum epónimo de Bowie fue objeto de burlas. Y Bowie lo reivindicó en plena madurez. La juventud pesa como una losa en la madurez. En los últimos tiempos estoy dando mucho valor a esas primeras grabaciones. De hecho me fascinan. 



Para celebrar los 50 años de Space Oddity, Parlophone ha publicado 3 cajas con grabaciones demo, las conocidas grabaciones “Mercury”. En ellas Bowie canta junto a John Hutchinson. En noviembre se ha publicado la caja Conversation Piece”, que contiene grabaciones inéditas, tomas alternativas, demos y nuevas mezclas. Muchas de esas grabaciones ya eran conocidas. En el año 2000 se publicó una caja llamada “Bowie At The Beeb” que contenía grabaciones de las sesiones para la BBC de 1968 a 1972. La edición del 40 aniversario de Space Oddity  también incluía un CD extra  con versiones demo y extras. En 1990, cuando se reeditó el álbum se incluyeron dos versiones diferentes de Memory Of A Free Festival que superaban incluso al original. Me resulta curioso que no las hayan incluido en la caja ya que eran muy buenas. El sello Ryko editó un maravilloso vinilo blanco.  Conversation Piece incluye también una nueva mezcla del álbum Space Oddity de Tony Visconti que gana mucho. Resulta una gozada. Visconti es el único productor que puede permitirse el lujo de remezclar a Bowie con autoridad. Incluso ha remezclado la versión italiana de Space Oddity. He disfrutado muchísimo con esta nueva mezcla. Una gozada. Incluso creo que el disco ha ganado puntos en cuanto a considerarlo uno de mis favoritos.  La caja contiene a su vez un libro con fotografías y notas de los colaboradores de Bowie. 

Hace años me gustaba enumerar las versiones de Space Oddity que tenía. Me salían muchas. Pero ahora, con las nuevas ediciones la cosa ha aumentado enormemente. Bowie grabó su célebre canción en muchísimas ocasiones. Fue muy activo en los años 60. Me encanta descubrir material inédito de esa época. Conversation Piece es una joya que completa la trayectoria de sus primeros años. 

Se está preparando un biopic sobre Bowie en Hollywood. El hijo del Duque no ha cedido los derechos musicales así que la película “no tendrá ninguna canción de mi padre”, ha dicho Duncan Jones. Mejor así. Imagino que la película será la típica basura hollywoodense. No me gustan los biopics, ni me gustan las películas musicales. La película recrea el viaje de Bowie a Estados Unidos en 1971. Jhonny Flynn será el actor que encarnará a Bowie. He estado viendo fotos suyas y no me gusta como Bowie. Es muy difícil encarnar a una estrella del pop en una película. En general me parecen ridículos. George Underwood, amigo de la escuela de Bowie y quien debemos el ojo de cada color del Duque, tampoco está de acuerdo. Ha declarado: “Le tengo miedo, aunque parece que ellos no tienen los derechos. Aunque me gustó la película de Freddie Mercury, este tipo de cintas nunca son precisas. Todos los libros sobre David son copias de cosas que simplemente no están del todo bien, entonces se pone peor y peor”. 



Dejando aparte las declaraciones de la buena de Debbie Harry, que ha asegurado en sus memorias que Bowie le enseñó su pene tras conseguirle cocaína, hubo un asunto que me cabreó sobremanera. En la cuenta de Bowie de Instagram colgaron una fotografía de la activista medioambiental Greta Thunberg, acompañada de una letra de Bowie. Al momento dejé de seguir la cuenta, por supuesto. Los comentarios eran casi todos negativos. No se me ocurre nada menos “Bowie” que un personaje mainstream manipulado por los políticos. Bowie no lo haría. No, no no… fue vergonzoso. Ya sospechaba de Iman, a la que también dejé de seguir. No quiero ni imaginar en lo que se convertirá la hija de Bowie e Iman si sigue los pasos de su madre. Un horror. Ya imagino que la cuenta de Instagram de Bowie, al igual que su página web, está gestionada por agentes externos ajenos. Se nota que Bowie no está presente. Él gestionaba perfectamente su vida, pero tras su deceso tenemos que aguantar este tipo de desmanes. Mucho me temo que es inevitable y que la cosa pueda ir a peor. 

Este año he descubierto la cuenta de Nacho Video (feliz coincidencia). Mi tocayo se dedica a rescatar y mejorar vídeos de Bowie, con gran acierto. Incluso es mencionado en los sitios oficiales de Bowie. Me hizo ilusión ver mi nombre junto al del Duque. 




                                      El club de lectura de David Bowie - John O'Connell


       Ya he mencionado el libro “El club de lectura de David Bowie”, recién editado, escrito por John O’Connell. Lo he disfrutado tanto como el libro de Simon Critchley. Se nota que quien lo escribe es fan de Bowie. La existencia de este libro viene a demostrar que Bowie sabía manejar los hilos. La lista corresponde a los 100 libros más importantes e influyentes (no los favoritos) para la exposición sobre su trayectoria que recorrió el mundo desde el año 2013. Por supuesto me quedé con las coincidencias, esto es, básicamente Orwell y Mishima. Reconozco que nunca me han gustado Jack Kerouac o Burroughs, tan importantes en Bowie y muchos rockeros de su generación. El libro comienza con una anécdota interesante:

Como Bowie odia volar, suele viajar por los Estados Unidos en tren, acompañado de una biblioteca móvil transportada en unos baúles especiales que, al abrirse, revelan sus libros, perfectamente colocados en baldas. Los tomos que se ha traído a Nuevo México tratan sobre todo de ocultismo, que es su pasión actual”. 

Bowie fue un lector voraz. “Se entregaba a ella igual que se entregaba a todo; con un fervor casi maníaco”. Y así es como siempre he visto a Bowie, como un hombre entregado al cien por cien en todo lo que se involucraba. No es fácil ser así. Requiere mucha concentración y tiempo. Y nunca se encuentra el público adecuado para tus descubrimientos.  

¿Te pierdes la mitad de Bowie si no entiendes sus letras? Me ocurre exactamente igual con Dylan y Joy Division (afortunadamente, no con Kraftwerk je je). Ocurre que cuando lees las traducciones te quedas exactamente igual. Siempre he defendido que se puede escuchar música en inglés y crear tu propio mundo. Lo sorprendente es que en la mayoría de las ocasiones funciona. Tras la muerte del Duque han salido muchos exégetas que interpretan sus letras de diversas maneras. El libro de O’Connell es una buena forma de intentar comprender a Bowie. 
En todo caso, me siento comprendido por el mismo Bowie, que en 1980 dijo en New Musical Express: "Por divagar durante un momento, yo aún adopto la mirada de que la música carga su propio mensaje en sí misma, porque la música ya tiene un mensaje implícito en sí misma; se defiende explícitamente. Si no fuera así, la música clásica no había tenido éxito hasta el punto en que lo tuvo, al marcar un punto de vista definitivo, una actitud que presumiblemente no pueda ser expresada con palabras... Me enoja mucho cuando la gente se concentra solamente en la letra, porque eso da a entender que no hay ningún mensaje declarado en la música misma, lo cual barre cientos de años de música clásica. Ridículo". 

         El libro de O’Connell intenta trasladar los libros a las canciones de Bowie y tras el comentario de cada libro el autor ha puesto la canción de Bowie que cree que más se adecua. Es curioso porque abundan las primeras composiciones de los años sesenta, lo que vuelve a reivindicarlas. Al principio intenté adivinar qué canción pondría O’Connell en cada libro pero no logré acertar ni una. Así que dejé de romperme los sesos. La selección de canciones al final resulta caprichosa y en ocasiones muy cogidas con pinzas.
  
En la canción “Girl Loves Me”, Bowie hace una mezcla de idiomas y utiliza el polari, una lengua secreta gay. Nunca había oído hablar de semejante lengua. No se me ha pasado por alto la influencia de todo lo gay en Bowie. Pensaba que había dejado el “tema” apartado a principios de los años setenta, pero lo cierto es que las referencias a la homosexualidad en los 100 libros son abundantes, por no decir abrumadoras. El autor de “El desplazado”, Colin Wilson “era un autodidacta que abandonó el colegio a los dieciséis años y evitó el servicio militar fingiendo ser gay”. En el capítulo dedicado al libro “La ciudad de la noche”, de John Rechy, O’Connell recuerda la canción “John, I’m Only Dancing”:

“Es el ‘amor fantasmal’ (shadow love) de ‘John I’m Only Dancing’; es en lo que acaba metido el pequeño Jean Genie cuando se escabulle a la ciudad. Y hablando de ‘Jean Genie’, que entre muchas otras cosas es un homenaje al novelista y activista francés Jean Genet, no hay que olvidar que la traducción al inglés de su parecido y semiautobiográfico Diario del ladrón se publicó casi en la misma época. En 1975 Bowie diría en una canción que en su interior sentía el arrebato de la fascinación (Fascination takes a part of me). En La ciudad de la noche, como bien sabía, delante de una discoteca gay de Times Square se leían las letras F*A*S*C*I*N*A*T*I*O*N en un enorme cartel”. 

La homosexualidad también aparece en el libro de Wallace Thurman “Los hijos de la primavera”: “Thruman estaba casado pero fue encarcelado por mantener encuentros sexuales furtivos en aseos públicos en 1925”. El libro de Thurman está inspirado en el artista gay Richard Bruce Nugent. Nuevamente vuelve a aparecer la homosexualidad en “El Puente”, de Hart Crane: “Hay críticos que atribuyen el hermetismo de Crane a su homosexualidad en parte reprimida, a referencias en código enterradas en el poema como, por ejemplo, el amor que se compara a ‘una cerilla quemada que patina sobre un urinario’, una referencia a sus encuentros esporádicos con hombres”. Como vemos, para haber renegado de su bisexualidad, Bowie siempre estuvo interesado en ella. 

Me gusta mucho una foto de Bowie que aparece tumbado junto a retrato de Mishima pintado por él mismo. Con la gran cantidad de producción que tuvo Mishima, sorprende que la elección de Bowie sea “El marino que perdió la gracia del mar”. O’Connell nos dice que Mishima fue “el bello y polifacético autor, actor, dramaturgo, cantante y terrorista que se suicidó haciéndose el harakiri en noviembre de 1970”. La descripción de Mishima no puede ser más nefasta. Dejando de lado si Mishima fue “bello” o “cantante”, lo que es imperdonable es que lo considere un terrorista. Mishima no llevó jamás a cabo una acción terrorista. Ni siquiera en su último acto. Y, por supuesto, Mishima no se hizo el harakiri, sino seppuku. Ignoro si en el original inglés aparece la palabra “seppuku”. Juan Antonio Vallejo-Nágera nos explicó muy bien a los españoles las diferencias entre “harakiri” y “seppuku” en su ensayo sobre Mishima.

Aquí tenemos un vídeo de la cuenta de Nacho Video en donde Bowie ya declaraba en 1978 ser admirador de Mishima:




 Después O’Connell dice que Mishima y sus miembros de su milicia privada fracasaron en su intento de golpe de Estado. Esto no es cierto. Mishima no fracasó en absoluto. Todo salió como tenía proyectado, excepto la proclama a la tropa, que no pudo ser oída por el griterío y helicópteros que pululaban por el edificio. Pero bueno, admitamos que O’Connell no es experto en Mishima y lo ha presentado con todos los tópicos. Sin embargo, O’Connell se pregunta qué vio Bowie en Mishima, ya que, al fin y al cabo, Mishima es una especie de fascista y un “machista guerrero”. A mí no se me ocurre otro personaje más afín a Bowie que Mishima. Si eres admirador de los dos lo entiendes perfectamente.

O’Connell asegura que Mishima era gay, y no bisexual. Sin embargo, sus biógrafos están divididos al respecto. Bowie se presentó a principios de los setenta como bisexual. Al poco tiempo, abandonó por completo la bisexualidad. Siempre dijo que aquello fue un papel, uno más. Sin embargo, yo conocía unas declaraciones de Bowie del año 1976, incluidas en el libro “Bowie visto por si mismo”, y que no han pasado desapercibidas a O’Connell. Reproduzco las declaraciones de mi antigua edición de “Bowie visto por sí mismo”:

Dejé de ser marica hace ya bastante tiempo. Durante un tiempo lo era en un cincuenta por ciento; y ahora la única vez que me tienta es cuando voy al Japón. Hay unos chicos realmente guapos. ¿Muy jóvenes? No tan jóvenes. De unos diecisiete o dieciocho años. Tienen un tipo de mentalidad maravillosa. Todos son maricas hasta los veinticinco años, luego se hacen samuráis de repente, se casan y tienen miles de hijos. Es me gusta mucho”. (Febrero de 1976)

O’Connell lo transcribe así:

“Hay unos chicos tan guapos por allí.. ¿Pequeños? No tan pequeños. De dieciocho o diecinueve años. Tienen una mentalidad maravillosa. Son reinas hasta los veinticinco años y luego, de repente, se vuelven samuráis, se casan y tienen miles de hijos. Me encanta”.

En la primera traducción los jóvenes japoneses son “maricas” y ahora “reinas”. He localizado el original en inglés:

“There are such beautiful-looking boys over there. Little boys? Not that little. About 18 or 19. They have a wonderful sort of mentality. They’re all queens until they reach 25, then suddenly they become samurai, get married and have thousands of children. I love it.”

Algo que me ha gustado es que a O’Connell no se le ha pasado por alto la relación de Bowie con la canción de David Sylvian y Ryuichi Sakamoto, “Forbidden Colours”, llamada así por la novela de Mishima El color prohibido. Me encanta la coincidencia porque soy admirador de Sylvian, Sakamoto y del libro de Mishima. Siempre quise leer “El color prohibido” pero en España no fue traducida hasta el año 2009. Una eternidad si la esperas desde los años ochenta. Así que siempre me conformé con la hermosa canción de Sylvian y Sakamoto:

En la canción “Born in a UFO” hay una referencia al sol y al acero reflejados en un bolso de mano. Como sabemos, “El sol y el acero” es una obra de Mishima. La última referencia de Bowie a Mishima es la canción “Heat”, aparecida en The Next Day. Bowie toma “prestada de Nieve de Primavera la siniestra imagen de un perro muerto que obstaculiza el paso del agua en una cascada”. 

El libro de O’Connell no está exento de referencias a lo políticamente correcto y al pensamiento único imperante. Algo impropio de Bowie. Incluso hace referencia a la detención de Pinochet en Londres “a petición de España”. En realidad no fue una detención sino un arresto y el juez que lo ordenó fue Garzón. Por supuesto O’Connel ignora que Garzón fue después inhabilitado por prevaricación. 

En Lolita de Nabokov O’Connell incluye una cita de Bowie interesante:

Mis grandes errores siempre se deben a que intento adivinar qué quiere el público o complacerle. Mi obra es siempre más potente cuando soy muy egoísta con ella”. 

En “Octobriana and the Russian underground”, el autor dice que Amanda Lear, a quien Bowie quiso hacerla protagonista de una película sobre Octobriana, era su novia. Christopher Sandfor, en su libro “Amando al extraterrestre” dice que “Bowie inició un idilio con Amanda Lear, una exótica encuerada que dividía su tiempo entre la cama de Bowie y la del pintor Salvador Dalí”. Sin embargo, es difícil imaginarse a nadie en la cama de Dalí. Lesley-Ann Jones escribe en su libro “Hero: David Bowie”: “Amanda Lear. ¿Mujer? ¿Hombre? ¿Pájaro? ¿Avión? ¿Quién sabe? David sí lo sabía, pues se acostaba con la criatura pese a estar casado con Angie”. Sin embargo, en el mismo libro, Lesley-Ann desvela la incógnita: “En 2011 salió a la luz una copia de su certificado de nacimiento en donde figuraba como Alain Maurice Louis René Tap, nacido en Saigón el 18 de junio de 1939”. 

Orwell tiene el honor, al igual que Burguess, de aparecer dos veces en el listado de Bowie. “1984 dejaría una gran huella en Bowie… Sin importar mucho cómo lo descubriera, en cualquier caso mostró lo mucho que le gustaba como mejor sabía: siendo extravagante. En 1973 urdió un plan para convertir 1984 en un musical, y luego en un espectáculo televisivo. Pero la viuda de Orwell, Sonia, que tenía los derechos, no lo permitió. Fue un gran contratiempo para Bowie, que se quedó con una gran cantidad de material a medio grabar que no sabía cómo ni cuándo usar”.  Sí sabemos cómo lo hizo: en Diamond Dogs, que está plagado de referencias a la obra de Orwell. 


En dos ocasiones O’Connell asegura que Bowie se arregló su dentadura a finales de los años noventa. No es cierto. Arriba podemos ver un molde con la antigua dentadura de Bowie.  Ya en las fotografías de la época de Black Tie White Noise, de 1993, aparece con la piñata arreglada. Otro error: “Berlín es el lugar de donde procedía la mejor música nueva: Neu!, Kraftwerk, Tangerine Dream”. Desde luego, Kraftwerk no proceden de Berlín, sino de Düsseldorf. 

Otra afición que comparto con Bowie es la obsesión por acumular cosas:

En la vida real Bowie era un lector obsesivo de obras que hablaban de él, e incluso de su ex mujer Angie. Siempre le había gustado acumular cosas. Después del ataque al corazón, empezó a ampliar su ya extensa colección de artículos relacionados con su carrera; incluso volvió a comprar objetos como los sintetizadores que había regalado años atrás. ¿A qué se debe ese apetito por las reliquias?

Bowie, antes del ataque al corazón, no solía leer los libros que se publicaban sobre él. Lo decía siempre en las entrevistas. Siempre mostró indiferencia por todo lo que se publicaba. Pero, ¿mentía Bowie? Lo cierto es que los diez años que Bowie estuvo retirado son una incógnita. A parte de leer, llevar a su hija al colegio y salir a cenar con Iman, Bowie tuvo que hacer muchas cosas. Quién sabe, quizá salgan a la luz algún día. Y no me refiero solo a música. Seguro que escribió. Bowie es una infinita fuente de sorpresas así que no me extrañaría nada que en un futuro vuelva a sorprendernos de alguna u otra manera. Cuando maduras te aferras a tus cosas. 
Bowie muestra su tatuaje
Más descubrimientos: Bowie se inspiró en el libro “Una tumba para un delfín”, de Alberto Denti Di Pirajno, para la letra de Heroes, en la que le gustaría que pudieras nadar como un delfín. Es el motivo de que llevara tatuado un delfín en la pantorrilla, junto al nombre de Iman. Recuerdo que en alguna ocasión Bowie mostró su tatuaje. En una entrevista aludió al tatuaje: “Para qué negarlo, aunque está en un sitio poco visible. Es una mujer oriental desnuda y no creo que vuelva a hacerme otro.” Da la impresión del típico arrepentimiento tras un tatuaje. A mí también me empiezan a pesar los míos. Cuando me los hice sabía que me iba a arrepentir. Hoy cada vez los detesto más, sobre todo al ver el ridículo de los tatuajes actuales. 
Bowie en el edificio Trump
El libro incluye, cómo no, la correspondiente diatriba contra Donald Trump. ¿Qué telediario, periódico o libro actual no se dedica a poner a bajar de un burro a Trump? Me parece muy vulgar hacerlo. Pero hay que pasar por el aro, por mucho que Bowie nunca vio a Trump como presidente. Al parecer, cuando murió Bowie, Trump dijo que“era un tipo estupendo”. O’Connell aprovecha la ocasión para decir que Trump no se ha leído un libro en su vida. Recuerdo una fotografía de Bowie junto a un edificio de Trump (arriba). O’Connell la caga aún más cuando dice que “tras el 8 de noviembre de 2016 -el día que Trump fue nombrado presidente- se hace cuesta arriba descartar la opinión de Jacoby, según la cual esta nueva clase de sinrazón podría ser la más letal de todas”. Tampoco podemos esperar mucho de alguien que describe a la bajista de Bowie como “afroamericana”. ¿Es necesario? No se me ocurre nada más racista que citar la raza de alguien. 

Y, junto a Orwell, tenemos a Arthur Koestler con su libro “El cero y el infinito”. Para representar el yugo comunista, O’Connell recurre a “unas botas que patean caras humanas”. Bowie recurrió a esa imagen en sus temas “We are Hungry Men”, “1984”, “The Next Day” y “Scream Like a Baby”. Éste último tema está narrado por un pacifista gay maniatado y esposado “para que aprenda a integrarse en la sociedad según las reglas del gobierno”. Dicen que Bowie, en los 10 últimos años de vida, “leía incluso más de lo habitual”. Leyó también un voluminoso libro sobre la Revolución Rusa de Orlando Figes. Hay muchas anécdotas del viaje en Transiberiano. Imaginarse a Bowie en la Rusia soviética es un ejercicio alucinante:

Bowie y su comitiva iban en vagones ‘cómodos’ con sábanas limpias, aunque los lugares en que asearse escaseaban. Bowie le cogió el gustillo a pasearse por el tren en kimono acompañado de dos fornidas rusas, Dona y Nelya, a las que había encargado que velaran por él”. 

En Sverdlovsk (ahora Ekaterimburgo, su nombre original), donde el zar Nicolás II y su familia fueron ejecutados en la planta baja de la casa Ipátiev, Bowie se bajó por primera vez del tren, solo para ser testigo de cómo su fotógrafo personal Leee Black Childers era hostigado por guardias uniformados cuando intentaba tomar unas fotografías. Sin perder tiempo, Bowie se puso a filmar el incidente con su cámara de cine. Dos guardias más aparecieron para detenerle. Fue necesaria la intervención de dos auxiliares ferroviarios para que pudieran regresar a la seguridad del tren. Donya y Nelya bloquearon las puertas hasta que el tren abandonó la estación”. 

Un segundo viaje, en abril de 1976, con un grupo mayor en el que también estaba Iggy Pop, resultó más problemático. Guardias de la KGB escoltaron a la comitiva fuera del tren que iba de Varsovia a Moscú al llegar a la frontera. Bowie y Pop tuvieron que desnudarse y fueron cacheados a raíz de que se despertaran las sospechas del KGB al encontrar libros sobre Goebbels y Albert Speer en la biblioteca portátil de Bowie. Él alegó que se estaba documentando para una futura película”. 

Se han vertido ríos de tinta sobre Bowie y el fascismo. A mediados de los años setenta Bowie estaba fascinado con todo lo relativo al Tercer Reich. Lo hizo en una época en que la corrección política prácticamente no existía, o no en el aspecto dictatorial actual. Conocidos son los casos de proscripción que han sufrido después otros artistas, como Bryan Ferry, que tuvo que pedir perdón por haber dicho que le gustaba la estética nazi, o algo parecido. Otros, como el diseñador John Galliano, han acabado en el descrédito. La sombra del fascismo es alargada en el mundo del pop. De Bowie, Ian Curtis a Michael Jackson pasando por los punks. O’Connell se pregunta: “¿Sentía David Bowie simpatía por el fascismo? Es  una de esas preguntas que vuelven una y otra vez. Sabemos que su madre, Peggy, tuvo un breve coqueteo con la Unión Británica de Fascistas (BUF), de Oswald Mosley a los veintipocos y que un columnista habitual del periódico oficial del movimiento, The Blackshirt, se hacía llamar Alexander Bowie. El símbolo del ‘relámpago’ de Ziggy Stardust es muy parecido al logotipo de la BUF; sin embargo, también se parece al lago que diseño Elvis Presley para ilustrar su mantra, TCB, “taking care of business”, y en Moonage Daydream, de Mick Rock, Bowie dice que se basaba en una señal de ‘alto voltaje’ que vio en una caja de fusibles.”

David Buckley, en su biografía de Bowie, escribe sobre el símbolo más conocido del Duque Blanco:

La insignia más reconocida de Bowie, el rayo de Aladdin Sane, originalmente diseñado por el fotógrafo Brian Duffy, que vio ingenuamente el dibujo en una olla Panasonic, tenía sus orígenes en la iconografía nazi. Según Brennan ‘Himmler adoptó una ’S’ en forma de runa y parecida a dos rayos minúsculos”. Resulta que tengo tatuado en mi brazo un rayo con reminiscencias nazis y yo no lo sabía je je. 

En 1993 Bowie dijo:

Políticamente equiparé el fascismo al comunismo, o más bien al estalinismo. En mis viajes por Rusia pensaba: ‘Bueno, así debió de ser el fascismo’. Desfilaban como ellos. Saludaban como ellos. Los dos tenían gobiernos centralizados. Es difícil entender que pudieras implicarte en todo eso sin tener en cuenta las repercusiones.”

Del supuesto saludo nazi de Bowie en 1976, del que da cuenta O’Connell, mejor no decir nada más. Está todo dicho y es absurdo insistir. Aunque sobra afirmar que Bowie fue “una persona tolerante, inclusiva y extraordinariamente receptiva al sufrimiento de los marginados y las víctimas de la sociedad”. Lo sabemos perfectamente. Al final todo tiene un tufo antifascista que autores como Orwell o Koetsler, admirados por Bowie, denunciaban. 

O’Connel llega incluso a afirmar que “la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo se suele presentar como un acontecimiento feliz. En realidad, desencadenó un genocidio que resultó en que la población de La Española fuera aniquilada”. Presentar el descubrimiento de América como un genocidio es parte de la verborrea antifascista actual. Una comparativa sobre las razas que pueblan América del Norte con Centroamérica y América del Sur, nos aclara a la perfección quién hizo un verdadero genocidio. 

La siguiente referencia antiestalinista, tras “1984” y “El cero y el infinito”, es “El vértigo", de Evgenia Ginzburg. O’Connell supone que Bowie se inspiró en ella cuando compuso “Cygnet Committee”, de Space Oddity: “Un cuento hermético sobre una utopía que se ve frustrada por la intervención de un hombre al que Bowie describe en una entrevista para Interview como “un cuasicapitalista que cree ser de izquierdas”. Bowie acierta al describir la incoherencia de muchas personas que creen ser de izquierdas. Ciertamente, la letra de esa canción es alucinante.  “El Vértigo” es el segundo libro del listado de Bowie que he podido comprar, tras “Poderes terrenales”, de Anthony Burgess. 

A O’Connell le resulta chocante el antisemitismo de la novela “Avaricia”, de Frank Norris: “El antisemitismo de la novela resulta especialmente chocante hoy en día”. Sin embargo, todo lo escrito antes de nuestra era de lo “políticamente correcto” nos resulta chocante. Es imposible leer nada anterior a nuestros días que no choque. El admirado Orwell, por ejemplo, fue un furibundo antifeminista, homófobo y antisemita, según nuestros cánones actuales. 

El envejecimiento de Bowie no pasa desapercibido a O’Connell. Ya he escrito sobre el asunto en el blog. O’Connell lo resume así:

También las estrellas del pop envejecen. Pasada la cincuentena, Bowie era una figura peterpanesca que iba en busca de nuevas tribus a las que unirse, a pesar de que tenía la picardía necesaria para darse cuenta de en qué momento el juego había acabado. Cuando regresó de su exilio en 2013, Bowie sorprendió al mundo tras tomar la decisión de mostrar al fin lo que Charles Shaar Murray llamó su ‘rostro de hombre mayor’.” 

Efectivamente, el paso del tiempo es el gran enemigo del ídolo juvenil, de los artistas del rock y del pop. Bowie mantuvo el tipo  hasta bien entrada en la cincuentena. Pero llega un momento en que la vida puede más que tú. Podemos intentar alargar algo el “asunto” llegados a los cuarenta, pero es imposible vencer a la naturaleza. Bowie envejeció y al final ya no lo disimuló. Sus últimas imágenes, aunque dignas, supusieron un mazazo para mí. 

En 1975 Bowie, antes de la aparición del Gran Hermano llamado Internet, ya conocía el poder de las multinacionales. En el libro “Las formas ocultas de la propaganda”, de Vance Packard, O’Connell rescata unas declaraciones de ese año para la revista Creem:

Fui visualizador en una agencia de publicidad, y sé exactamente de qué va el tema. Las agencias que nos venden cosas van a matar, tío. Esa gente es capaz de venderle algo a quien sea. Y no solo productos. Si crees que las agencias lo que buscan es vender productos, es que eres muy inocente. Tienen tanto poder por otros motivos. Muchas de ellas se encargan de muchas cosas de las que no deberían encargarse. De sus manos penden vidas”. 

Se está dando demasiada importancia al Bowie lector y a sus influencias. Evidentemente, sus lecturas debieron influirle, como a todo lector, pero no al extremo de intentar ver paralelismos entre sus lecturas y sus letras. De hecho, O’Connell pone gran cantidad de canciones del primer álbum de Bowie, cuando era evidente que Bowie apenas leyó. Bowie en muchas ocasiones afirmó que escribía sus letras con la técnica que consistía en pegar palabras al azar, algo que tiene muy poco que ver con lecturas. Evidentemente no lo hizo siempre. Un lector de El País, donde aparece un reportaje sobre los libros favoritos de Bowie, se sorprendió de que no hubiera en todo el listado ningún libro español. Bowie pertenece al mundo anglosajón, tan distante y enemigo del hispano. Imagino que todo lo español le resultaba a Bowie tan lejano como extraño, producto de su cultura anglosajona. Pero sí, a mí también me decepcionó un poco. En todo caso, creo que se ha dado excesiva importancia al Bowie lector. Su guitarrista, Carlos Alomar, lo resumió muy bien en una entrevista, a propósito del escándalo de Bowie por sus simpatías fascistas:

No eran más que palabras. Hay que recordar que Bowie es un pseudointelectual. Es lo que lee, y en aquella época de su vida leía muchas memeces. A los dos nos gusta sermonear. A mí me da más por el lado religioso, mientras que él es un intérprete de información. Muchas veces le veía en el estrado como si presidiera un tribunal. David se sienta y habla ante un público; ése es el temperamento del pseudointelectual: escoger un tema del que nadie sabe nada y extenderse sobre él durante aproximadamente una hora para que no le interrumpan. Esos temas de conversación -el nazismo, el barroco y la arquitectura de fin de siglo- son las cosas de las que habla David. Yo no doy demasiada importancia a nada de eso; a él le gusta hablar. Si se considera un intelectual, debe demostrarlo ante otros intelectuales. No hay duda de que ha leído mucho, pero no creo que escoger un tema que nadie más conoce sea conversación”. (David Bowie, una extraña fascinación, David Buckley, pag. 246). 

jueves, 21 de noviembre de 2019

El club de lectura de David Bowie - John O’Connell






La estantería de David Bowie. Fuente: El País:

LA ESTANTERÍA DEL DUQUE BLANCO

Los 100 libros de David Bowie
La naranja mecánica (1962), Anthony Burgess.
El extranjero (1942), Albert Camus.
Awopbopaloobop Alopbamboom: Una historia de la música pop (1969), Nik Cohn.
Infierno (Circa 1320), Dante Alighieri.
La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2007), Junot Díaz.
El marino que perdió la gracia del mar (1963), Yukio Mishima.
Antología poética (2009), Frank O’Hara.
Juicio a Kissinger (2001), Christopher Hitchens.
Lolita (1955), Vladímir Nabokov.
Dinero (1984), Martin Amis.
El desplazado (1956), Colin Wilson.
Madame Bovary (1856), Gustave Flaubert
Ilíada (siglo VIII antes de Cristo), Homero.
Diccionario de temas y símbolos artísticos (1974), James Hall.
Herzog (1964), Saul Bellow.
La tierra baldía (1922), T. S. Eliot.
La conjura de los necios (1980), John Kennedy Toole.
Mystery Train (1975), Greil Marcus.
The Beano Magazine (1938–actualidad).
Vida metropolitana (1978), Fran Lebowitz.
David Bomberg (1988), Richard Cork.
Berlin Alexanderplatz (1929), Alfred Döblin.
En el castillo de Barba Azul (1971), George Steiner.
El amante de Lady Chatterley (1930), D. H. Lawrence.
Octobriana and the Russian Underground (1971), Petr Sadecký.
Los cantos de Maldoror (1868), Conde de Lautréamont.
Silencio (1961), John Cage.
1984 (1949), George Orwell.
La sombra de Hawksmoor (1985), Peter Ackroyd.
La próxima vez el fuego (1963), James Baldwin.
Noches en el circo (1984), Angela Carter.
Dogma y ritual de la Alta Magia (1856), Eliphas Lévi.
Falsa identidad (2002), Sarah Waters.
Mientras agonizo (1930), William Faulkner.
El señor Norris cambia de tren (1935), Christopher Isherwood.
En el camino (1957), Jack Kerouac.
Zanoni o el secreto de los inmortales (1842), Edward Bulwer-Lytton.
En el vientre de la ballena (1940), G. Orwell.
La ciudad de la noche (1963), John Rechy.
La brutalidad de los hechos: entrevistas con Francis Bacon (1987), David Sylvester.
El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral (1976), Julian Jaynes.
El gran Gatsby (1925), F. Scott Fitzgerald.
El loro de Flaubert (1984), Julian Barnes.
English Journey (1934), J. B. Priestley.
Billy Mentiroso (1959), Keith Waterhouse.
Una tumba para un delfín (1956), Alberto Denti di Pirajno.
Raw Magazine (1986–1991).
The Age of American Unreason (2008), Susan Jacoby.
Chico negro (1945), Richard Wright.
Viz Magazine (1979–actualidad).
La calle (1946), Ann Petry.
El gatopardo (1958), Lampedusa.
Ruido de fondo (1985), Don DeLillo.
Vivir sin cabeza (1961), Douglas Harding.
Cuando Kafka hacía furor (1993), Anatole Broyard.
Oooh, My Soul: la explosiva historia de Little Richard (1984), Charles White.
Chicos prodigiosos (1995), Michael Chabon.
El cero y el infinito (1940), Arthur Koestler.
La plenitud de la señorita Brodie (1961), Muriel Spark.
Un lugar en la cumbre (1957), John Braine.
Los evangelios gnósticos (1979), Elaine Pagels.
A sangre fría (1966), Truman Capote.
La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo (1996), Orlando Figes.
The Insult (1996), Rupert Thomson.
Nowhere to Run: The Story of Soul Music (1984), Gerri Hirshey.
Más allá de la Caja Brillo. (1992), Arthur C. Danto.
Avaricia (1899), Frank Norris.
El maestro y Margarita (1940), Mijaíl Bulgákov.
Claroscuro (1929), Nella Larsen.
Última salida para Brooklyn (1964), Hubert Selby Jr.
Strange People (1961), Frank Edwards.
El día de la langosta (1939), Nathanael West.
Tadanori Yokoo (1997), Tadanori Yokoo.
Teenage: La invención de la juventud (2007), Jon Savage.
Los hijos de la primavera (1932), Wallace Thurman.
El puente (1930), Hart Crane.
El vértigo (1967), Evgenia Ginzburg.
Tales of Beatnik Glory (1975), Ed Sanders.
Paralelo 42 (1930), John Dos Passos.
Sweet Soul Music: Rhythm and Blues and the Southern Dream of Freedom (1986), Peter Guralnick.
Los trazos de la canción (1987), Bruce Chatwin.
Sexual Personae: Arte y decadencia des de Nefertiti a Emily Dickinson (1990), Camille Paglia.
Muerte a la americana (1963), Jessica Mitford.
Antes del diluvio: una semblanza del Berlín de los años veinte (1972), Otto Friedrich.
Private Eye (1961–actualidad).
El yo dividido (1960), R. D. Laing.
Las formas ocultas de la propaganda (1957), Vance Packard.
Cuerpos viles (1930), Evelyn Waugh.
La otra historia de los Estados Unidos (1980), Howard Zinn.
Blast (1914), Wyndham Lewis.
Entre las sábanas (1978), Ian McEwan.
Historias de Pekín (1961), David Kidd.
The Paris Review. Entrevistas 1 (1958).
Reflexiones sobre Christa T. (1968), Christa Wolf.
La costa de Utopía (2002), Tom Stoppard.
Poderes terrenales (1980), Anthony Burgess.
El pintor de aves (1994), Howard Norman.
Mala pinta (1963), Spike Milligan.
Historia del rock: el sonido de la ciudad (1970), Charlie Gillett.
El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson (1995), Lawrence Weschler.