lunes, 30 de noviembre de 2020

¿Recuerdas tu primera vez? Paul Du Noyer , The Word, Noviembre 2003

Bowie & Me

Bowie ríe con exasperación al fijarse en los fans británicos cuando entra. “Les dije que no iba a ser un concierto largo”. Recuerda que decidió no tocar todo el álbum esta noche -estamos a un mes del lanzamiento de Reality- porque imagina que mañana podría haber una copia pirata del concierto en venta en eBay. 



David Bowie no posee teléfono móvil, pero en Schwab tiene lo más cercano a su equivalente humano. 


Treinta y un años después y el Bowie que se mueve delante de mí es impresionantemente el mismo. El único peso que puede apreciarse lo ganó en algunos músculos de los pectorales y bíceps. 


Bowie volvió a casa desde Poughkeepsie a eso de la una y media anoche, pero sin embargo despertó esta mañana a su hora habitual, las 6.30. Le gusta salir temprano de su apartamento a caminar por el centro. Dice que es su hora favorita en Nueva York, cuando no hay nadie más que los trabajadores de Chinatown que llevan vegetales frescos al mercado. 


¿Siente que Nueva York es su casa en estos días?


Sí, realmente sí. Siento que estoy de vacaciones en un sitio al que siempre había querido ir, una sensación de la que no puedo despegarme. Así que casa no es muy correcto, ¿verdad? Siempre me siento un extraño aquí. Soy un marginal. Aún soy británico, de verdad, no hay cómo evitarlo. 


Este Bowie de cincuenta y seis años se ve enteramente vivo y envidiablemente bien. 


Como la mayoría de los exadictos -y Bowie declara tener una personalidad adictiva- le encanta hablar sobre sus viejos tormentos y no puede pasar por alto el tema de los cigarrillos. “La cruz de mi existencia”, se queja. El arma de defensa que eligió son palillos de hierbas (aparentemente, Australian Tea Tree) que tienen lo que describe como “un sabor extraño, mentolado”. Inevitablemente, ahora es adicto a ellos. 



Sin embargo, se encuentra en plena forma física. Cerca de tres veces por semana se encuentra con un entrenador personal cuya especialidad es hacer boxeadores e los chicos rudos de los distritos más difíciles de Nueva York, y Bowie ríe cuando se le pregunta que hizo este tipo con él, con este frágil esteta inglés que ni siquiera podría dar puñetazos a una bolsa de papel. “Creo que me sacó del simple atolondramiento. Pero soy bastante disciplinado. Ahora entre no mucho. Comencé de verdad cuando nació nuestra niña, porque quería durar un poco más para ella: “Vamos, en marcha, Bowie. Solías esta en forma, hazlo otra vez”.


Es conocida su afición a internet, desde luego. Se debe a su comunidad de admiradores online, Bowienet, como un pastor particularmente diligente (todos sabemos que Bowie adoptó varios disfraces a lo largo del tiempo, pero ¿quién hubiera pensado que internet Service Provider sería uno de ellos? Y sí, lo es). Aún pasa buena parte del día en el ciberespacio, dice, especialmente cuando está investigando para su novela.


¿Una novela? Sonríe, apenas tímido:


Precisa de unos cien años de investigación y no la completaré en lo que me queda de mi vida, pero me lo paso bien. Comienzo con el sindicalismo femenino en el sector del comercio del este de Londres en 1890, y sigo justo por Indonesia y los problemas políticos en los mares del Sur de China. Selecciono cosas extraordinarias que nadie sabe. Y es tan fácil investigar en internet. Es algo que estuve escribiendo los últimos dieciocho meses y es espantosamente difícil. El problema es que mi línea argumental empezó a bifurcarse en algún punto, porque sigo encontrando gran cantidad de cosas interesantes, y tengo que decirme: “No, vuelve a la historia, deja de irte por la tangente. Solo demuestra que puedes escribir una maldita historia que tenga un principio, un nudo y un desenlace”.


Es tan épica que no estoy seguro de que alguna vez la termine. Quizá mis notas emerjan cuando muera. ¡Son interesantes! Hay un horrible montón de “¿sabías que…?” -pone la aburrida voz de un habitual de un pub de los suburbios- ¡Ja, ja, ja! ¿Sabías que hacia 1700 la población de Londres era un 20 por ciento negra? Todos vivían en la zona de St. Giles, había pubs de negros…


Pese a que algunas de las canciones de Heathen tenían un aire desolado, producto del 11 de septiembre, en realidad fueron escritas antes de ese día. Las de Reality fueron escritas después. Y su casa adoptiva, la ciudad de Nueva York, se encontraba en medio de todo. 


Se trazó una línea negra en la historia de Nueva York el 11 de septiembre. De veras cambió todo en esta cultura. Incluso de la forma más sutil. Me asombró la manera en que los neoyorquinos se juntaron durante el apagón -el apagón de electricidad de agosto de 2003-. Fue algo absolutamente sin precedentes. Creo que la última vez ocurrió hacia 1977, también me encontraba aquí, y escribí una canción llamada “Blackout”. Recuerdo fuego, saqueos, se puso muy feo. Pero esta vez todo el mundo estaba buscando al prójimo. Fue extraordinario. No hubo saqueos. Normalmente, es la regla número uno: hay un apagón, se desconectan todas las alarmas, y hay saqueos. Pero esta vez fue extraordinario. Definitivamente, hay un sentido de comunidad aquí que no había antes. 



De la sátira pasamos al misticismo y de algún modo llegamos a George Harrison, cuyo “Try Some, Buy Some” es versionado en Reality.

 

                Él mantiene una creencia en algún tipo de sistema. Pero a mí me resulta muy difícil. No en la vida cotidiana, porque hay hábitos que me han convencido de que hay algo sólido en lo que creer. Pero cuando me pongo a filosofar, en esas “largas horas de soledad”, esta es la fuente de todas mis frustraciones, me machaco con las mismas preguntas que me he hecho desde los diecinueve años. Nada cambió en realidad para mí. Sigo con aquella abrumadora búsqueda espiritual.

 

                Si puedes llegar a una conexión espiritual con algún tipo de claridad, entonces todo lo demás encontrará su sitio. Tendrás a tu disposición una moralidad, un plan, algún sentido. Pero se me escapa de las manos. Sin embargo, no puedo evitar escribir sobre ello. Mi arsenal de temáticas se hace cada vez más pequeño y se reduce rápidamente a esas dos o tres preguntas. Pero son preguntas continuas y parece ser la esencia de lo que he escrito a lo largo de los años. Y no voy a parar.

 

                Hacia 1976, consentí en asistir a su siguiente gira, los conciertos del Delgado Duque que acompañaron a Station to Station. Su estilo esta vez era impecable: traje negro, camisa blanca, los Gitanes en el bolsillo de su chaleco, el tupé rubio como lamido por una vaca del Berlín de preguerra. Era una buena imagen, e iba a repetirla con éxito en los últimos tiempos. Haciendo cola en Wembley, saqué un malicioso placer divisando los tontos de cabezas con brillantina que se habían tropezado con el nuevo régimen y aún se vestían como payasos de Bacofoil -una marca de productos de nailon-. Esa misma semana, en mayo, su película “El hombre que vino de las estrellas” se estrenó, y en las estaciones de metro de Londres que lucían el cartel de la película, había una curiosa tendencia a dibujar una pequeña esvástica en el pómulo de Bowie. Yo comencé a ver a los Sex Pistols en el 100 Club y entontré allí tipos más artísticos llevando esa mismo y pequeña esvástica.

 


                En los ochenta, vimos a un David más alegre en los bulevares del pop, pero para mí no fue un logro. Mientras que el exceso físico y la turbulencia mental de los setenta se complementaban al menos con una música maravillosa (Ziggy Stardust, Low y los demás), la siguiente década lo encontró paseándose con discos mediocres como “Never Let Me Down”. Fue tal mi desilusión que recuerdo tener entradas de prensa para la gira “Glass Spider” en 1987 y decidir de improviso regalárselas a alguien en un pub. Hoy Bowie recuerda aquel periodo como una crisis creativa:

 

                Mi propio éxito como compositor y artista, creo, cobra vuelo si estoy haciendo algo acorde con mi integridad personal. Mis peores errores han tenido lugar cuando intenté pensar demasiado o complacer al público. Mi obra siempre es más fuerte cuando me vuelvo egoísta respecto a ella y hago solo lo que quiero hacer. Aun cuando fueron ignorados, y tal vez con justicia, hubo un par de álbumes en los ochenta a los que les fue excepcionalmente bien. Y aunque no soy un artista que venda muchísimo, no son álbumes de los que esté orgulloso. Prefiero decir que compuse “Buddha of Suburbia”. Me siento mucho más cómodo con él que con “Never Let Me Down”, incluso cuando este sí vendió mucho.

 

                Mientras los noventa avanzaban, sentía que mi escritura se fortalecía cada vez más. Sabía que era diferente. Acaso no tuviera la energía frenética de parte de mi material de juventud, pero es así a medida que envejeces. Sin embargo, había cierta calidad en la escritura. Y francamente, estos últimos tres o cuatro años, estoy muy contento con la forma en que estoy escribiendo. Ahora me siento muy confiado para salir de gira y enfrentar las nuevas canciones con las viejas. No me siento intimidado, es así de simple.

 

                Resulta que hemos estado viviendo con mucha presión estos últimos años. Los buenos tiempos están bien y, ciertamente, son pasado. La ansiedad es cíclica, ¿verdad? Por eso sigo tratando de ser positivo. La última vez fue bahía de Cochinos -un preludio a la crisis de los misiles en Cuba, en 1962-. Recuerdo lo asustados que estaban mi madre y mi padre, realmente pensaron que habíamos llegado a un límite y que íbamos a sucumbir al holocausto nuclear. De vez en cuando llega uno de esos momentos en que piensas: “Bueno, escapamos la última vez, y yo tengo una hija de tres años ahora y definitivamente vamos a escapar esta vez porque ella va a tener una vida, joder”. Como esa idea sigue acudiendo a mí, no puedo permitirme ser negativo ya. Ya no me corresponde ser nihilista, incluso por razones creativas. Tengo que ser positivo.

 

                ¿Te sientes mejor al haber pasado por todo lo que pasaste?

 

                Es la parte que más asusta, pero la verdad es que no me arrepiento demasiado. Me arrepiento en lo personal, por mi comportamiento y por la gente a la que defraudé considerablemente en aquellos años. Pero la vida era así entonces para mí, así fue mi vida, y no puedo verla en términos de arrepentimiento. Si pienso en que perdí años de mi vida, entonces tal vez debería haberme embarcado en una aventura completamente diferente, ajena a la música. Así que no me arrepiento. Si me dijeran que todo va a suceder de nuevo y pudiera retener los recuerdos de lo que ocurrió la última vez, no creo que hiciera lo mismo en absoluto. No lo haría porque es demasiado arriesgado. Podría morir la próxima vez, es lo que importa. O salir de ello mentalmente desequilibrado. Sabiendo lo que sé ahora… no volvería a someterme a algo así nuevamente.

 


                ¿Sientes que has sido afortunado?

 

                ¿Si me siento afortunado? Te diría que la suerte no ha tenido nada que ver con eso…

 

                ¿Bendecido?

 

                Así debería titular uno de mis álbumes. Me siento bendecido. Podría darle gracias a Dios. Sí, ¿Pero a cuál?


sábado, 14 de noviembre de 2020

Un día perfecto - Mikel Jollett , julio agosto de 2003, Filter (Estados Unidos)




No hay nada peor que hacerle escuchar a alguien tu propio álbum y que termine odiándolo. Me ha pasado ya. Pienso: “¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy escuchando esto? Tengo que volver a mezclarlo completamente”. 



Trato de hacerle una pregunta sobre su interpretación de Andy Warhol en la película Basquiat, pero interrumpe la entrevista, como es su costumbre, bastante súbitamente, diciendo: “No puedo creer que esté sentado aquí haciendo una entrevista sin ningún producto en el pelo”. Lanza una carcajada. Parecía que Bowie conocía bien los chistes de Bowie. Es inseguro y busca aprobación, deseoso de que uno forme parte del placer de estar a su alrededor. Me siento un cretino. Trato de consolarlo diciéndole: “No te ves bien”. “Vaya, odio mi pelo. Tengo un pelo que, si no le pones media libra de grasa, simplemente se ve horrible.”


Lo cual nos lleva naturalmente a una breve charla sobre Andy Warhol. Otro artista monumentalmente influyente:


Como todo el mundo, yo nunca llegué a conocerlo. Quiero decir, ¿qué había que conocer? Con Andy era muy, muy difícil. Hasta el día de hoy, no sé si había algo bullendo en su cabeza. Aparte de los comentarios superficiales que te soltaba. Quizá era así como escondía algo más profundo, pero no lo sé, en realidad. Quizá fuera que era una de esas reinas sagaces que entendía el ‘Zeitgeist”, pero no de una manera cerebral. Todo lo que decía eran cosas como -entona una voz cansina y mortuoria de reinona-: “Guau, ¿viste quién está aquí?”. Pero nunca iba más allá de eso -nuevamente con voz cansina- : “Vaya, ella se ve genial. ¿Cuántos años tiene ahora?”. Lou -Reed- sí conocía a Andy, desde luego, mucho mejor que yo. Y él siempre dice que había muchas cosas bullendo en su cabeza. Pero yo nunca las vi. 




‘Velvet Goldmine’ fue eso. Se suponía que ese tipo que sale en la película era yo, aparentemente. Te diré algo -su voz cae una octava hasta el tono en el que uno se apoya para revelar algo- : a mí me pareció tan carismático como un vaso de agua. Yo creía claramente que tenía más chispa que eso.Ese tipo era más Warhol que yo haciendo de Warhol. Era un chico apuesto además, y pensé, “vaya, gracias”, pero obviamente no se habían fijado en cómo tenía yo los dientes entonces. 


La cuestión es que la película es resultado de una perspectiva netamente norteamericana. Y el glam nunca sucedió en Estados Unidos. Fue una cosa intrínsecamente británica. Tienes que entender la idea de que había albañiles y gente así que, un buen día, de pronto, empezaba a maquillarse. Fue así de raro. 


La cuestión, desde luego, es que aquello solo duró un año y medio. De principio a fin. Todo el movimiento. Todos nos apartamos de ello, tanto Roxy Music como yo nos apartamos. Desde luego vinieron los advenedizos, los Jerry Glitters y todo eso. Eran horribles de todos modos. No nos gustaban. Éramos muy esnobs al respecto. Fuimos solo tres: T. Rex, Roxy y yo. Eso es todo. Esa fue toda la escuela del glam rock. Ni siquiera fue un movimiento. 


Mi acervo de referencias era tan diverso que lo que sacaba estaba teñido de cosas muy extrañas. Esa suerte de facilidad que tuve me ayudó a entender la música. Nunca dejo nada de lado… salvo el country y el western, desde luego. Es cierto, ¿verdad? Mierda, ¿no odias esa maldita música? Es espantosa. No puedo soportarla. Y Estados Unidos me encanta. Me encanta todo lo que sale de allí. Pero eso… nunca lo entendía. Cuando Mick Jagger me dijo: “Oh, me encanta”, yo le respondí: “¿Qué le ves de bueno?”. Todos esos provincianos… Oh, debería cerrar la boca. 


Etiquetémoslo como posmodernidad. Es casi como el gato contrapuesto a las palomas. Cuando Nietzsche dijo: “Dios ha muerto”, aquello realmente perturbó el siglo XX. Y cuando lo dijo, lo desbarató todo, filosófica y espiritualmente. Y creo que cuando los posmodernos, a principios de los sesenta, hicieron circular la idea de que no volveríamos a concebir nada nuevo, también desbarataron las cosas. Es algo que se filtra. Esa idea se volvió definitivamente parte de nuestro pensamiento. Y sabes, empiezas a preguntarte. Radiohead, por ejemplo, con todo lo que me gustan, ¿no es básicamente una suerte de Aphex Twin con un ritmo sincopado? Quiero decir, ¿hasta qué punto es eso nuevo? E, ¿importa eso ya? Me lo pregunto. ¿No deberíamos ser más aplicados y pensar que el original lo es todo y el fin de todo? Nuestra cultura trata de montar algo…, es estilo, no moda. Yo soy muy enfático en ese sentido. El estilo es la forma en que montamos nuestra cultura. Es la razón por la que elegimos una silla. La elegimos porque se ve de una determinada manera. ¿Para qué nos molestamos? ¿Para qué tomamos decisiones sobre una silla? Necesitamos hacerlo para, de algún modo, afirmar mucho sobre nosotros mismos. 


Creo que ahora no tenemos un dios. No tenemos confianza en ningún tipo de política. Estamos completa y totalmente a la deriva en materia filosófica. Y no creo que queramos cosas nuevas. Creo que estamos mendigando las cosas que conocemos para ver si podemos mantener algún tipo de civilización que nos ayude a perdurar y sobrevivir en un futuro. No necesitamos novedades. Estamos jodidos. Ya tenemos bastante de lo nuevo. ¡Suficiente! Este es el momento, recordadlo. Nos sentiremos muy satisfechos cuando seamos capaces de aceptar que la vida es caos. Creo que hace diez o quince años ese era un pensamiento horrendo. Pero estamos empezando a sentirnos más cómodos con la idea de que la vida es caos y que es tan simple como eso: caos. No hay estructura. No hay plan. No estamos evolucionando. Tenemos que sacar lo mejor que tenemos. Y podemos ser felices en el caos; creo que deberíamos establecerlo como estilo de vida para estar más satisfechos.