Siempre he tenido el morbo de ver envejecer a las estrellas del rock. Me fascina cómo lo hacen. He visto actuar a un Jagger y Dylan ancianos. Incluso los eternos robots de Kraftwerk han envejecido. Las leyes de la naturaleza no hacen excepciones con las estrellas del pop.
Cuando el 8 de enero de 2013 vi en la pantalla de mi iPad un nuevo video suyo, quedé paralizado mientras tragaba mis cereales. ¡Bowie estaba vivo y componía! El video fue una conmoción. Y todo el año 2013 una orgía de vídeos y nuevas y sorprendentes canciones. Bowie se mostraba ya casi anciano. Sentí casi lo mismo que se siente cuando ves envejecer a tus padres, una tristeza infinita.
El lunes 11 de enero cogí una bolsa anaranjada de Bowie y me fui a trabajar. En cuando me senté me comunicaron que Bowie había muerto. El secreto quedaba revelado. Cuando llegué a casa por la noche sentí que era el primer día sin Bowie. Como cada día, vi en el iPad fotos suyas. Me derrumbé. No podía verlas. Acostumbrado a buscar noticias suyas, ahora las noticias venían solas. Por todas partes se hablaba de su muerte. Tan viral se hizo que no tardó en salir en todos los medios de comunicación. Para mi era abrumador. De repente, Bowie era omnipresente. Famosetes de tres al cuarto que en su vida habían mencionado a Bowie, youtubers, twiteros, instagramers y toda clase de perfiles de Internet, mencionaban con admiración a Bowie. Para mi esto fue peor que la propia muerte de Bowie. Verle en programas del corazón, en programas basura, en telediarios… fue difícil de digerir.
Compré unas estanterías y reuní todo el material que tenía. Cuando lo terminé, me pregunté porqué no lo había hecho antes. Y ahí ha quedado todo ese material para su contemplación porque decidí no escucharle más. En un principio porque me emocionaba mucho escucharle y después como luto impuesto. Además, era imposible no oír su música en la radio, en la televisión y en Internet. Cada vez que sonaba, apagaba el aparato. Al final he terminado por aceptar que escucharle involuntariamente es un daño colateral. ¿Hasta cuándo va a durar esta situación? No lo se. Necesito que pase un tiempo para poder reencontrarme con aquel Bowie que descubrí en la adolescencia. De momento, sigo sin poder reaccionar. Los homenajes que se han sucedido desde su muerte no ayudan nada. Ver a artistas que detestas cantando sus canciones es un martirio inmerecido. Bowie nunca vendió mucho en España, a excepción quizá del año 1983. Pero siempre hubo huecos en los lugares en los que actuó. Aun recuerdo que me produjo bastante bochorno el poco público que había en Anoeta en San Sebastián. Y por obra y milagro de los nuevos medios de comunicación aparecían fans de Bowie por todas partes. Así que era el momento de recluirse.