David Bowie siempre fue un hábil manipulador de los «media». Sabía fascinar al entrevistador con su encanto particular, entendía la importancia de explicarse con claridad (y un poco de misterio), tenía en reserva frases contundentes que resolvían la necesidad de buscar un título llamativo. Ahora, aunque asume la fatalidad de con- versar para vender sus nuevos proyectos, se le nota más reservado.
-Supongo que no debería asombrarme de nada a estas alturas, pero... es horrorosa la atracción de la prensa por lo escabroso, ese morbo por las vidas ajenas que se esconde bajo una actitud puritana. Por ejemplo, todos los periódicos recogieron la demanda de una norteamericana, que me acusaba de violador y de haberle transmitido el sida. Luego, cuando desestimaron la demanda, pocos periódicos lo publicaron. Así que queda esa imagen de tipo peligroso, capaz de asaltar a una mujer. Hace poco, recogían una declaración de Angie, mi ex mujer, en la que me acusaba de haber tenido relaciones amorosas con Mick Jagger. No es nada nuevo, ya contaba algo parecido en su autobiografía. De repente, esa es la “gran noticia” respecto a David Bowie. Primero, violador; luego, homose-xual. Y es inútil intentar detenerlo, sería echar leña al fuego (suspiro).
-De acuerdo, hablemos de otras cuestiones. Hablemos de arte. ¿Sigues acudiendo a exposiciones, sigues comprando cuadros?
-Naturalmente. Lo que pasa es que el mundo del arte está ahora mismo más sujeto al marketing que el del rock. ¿Un caso? Julian Schnabel. Es el prototipo del artista que tiene un talento limitado pero que sabe venderse. Tiene argumentos muy convincentes para defender su trabajo y es capaz de apabullar a los críticos y a los ejecutivos de los museos. Se mueve, va a to das las fiestas e intimida a los nuevos ricos, que terminan pagando 100.000 dólares por una colección de platos rotos que Julian ha pegado a un lienzo. En un par de años, se avergonzarán y lo esconderán en un sótano.
-¿Hay algún pintor que te haya sor prendido últimamente?
-Respeto muchos a los artistas que están recuperando la tradición académica, retornando a lo figurativo. Por ejemplo, están los pintores de la Escuela Escocesa, que se reconocen alumnos de Caravaggio y Tintoretto. Formas humanas sobre fondos oscuros. Temas contemporáneos pero con la meticulosidad de los pintores renacentistas. Es muy interesante.
-¿Tienes la sensación de estar haciendo algo parecido en el ámbito del rock?
-Sería muy pretencioso por mi parte afirmar algo así. Además, ni siquiera sé si soy un puro artista de rock. Con Tin Machine, ciertamente hago rock, rock duro. Pero en mi repertorio hay de todo: música de vanguardia, sonidos étnicos, funk, soul, mucho pop. Ahora, que estoy revisando mi repertorio antiguo, he descubierto que soy más pop de lo que yo mismo imaginaba. "Changes" o "Life on Mars" son canciones ligeras, con estribillos fáciles, que cualquiera podría cantar. (Empieza a tararear "Starman").
-Me refiero a la premisa de la gira "Sound + Vision": tocar tus éxitos antiguos pero con una perspectiva diferente.
-Sí, se trataba de reinterpretarlas con imaginación. Por eso, no he usado a Carlos Alomar, que es el guitarrista que mejor me ha acompañado en los últimos tiempos. Para Carlos, mis canciones son demasiado familiares.
-Y has llamado a Adrian Belew, que es un auténtico monstruo de la guitarra. Vamos, que tiene un verdadero zoológico de sonidos en sus manos...
-Adrian es un músico de una intuición asombrosa. Brian Eno le había visto tocar con Frank Zappa; le llamamos para que metiera guitarra en las canciones de un LP mío, "Lodger". ¡Fue una verdadera encerrona! Teníamos las canciones medio grabadas, pero sin voz: le poníamos las cintas y él tenía que responder inmediatamente, tocar lo primero que se le ocurriera. Claro que él tiene tanta inventiva y tantos sonidos a su disposición que siempre salía algo fuerte, que luego nosotros encajábamos. Así que cuando se planteó la gira "Sound + Vision", le contraté, a él y a su banda. Lo extraordinario es que son un trío, guitarra, teclados y batería: ¡no usan bajo! Y llamé y a Erdal Kizilay, un bajista turco que vive en Suiza. No voy a ser modesto respecto a ellos: son increíbles, pueden sonar como un grupo de garaje en "Panic in Detroit", y luego, en "Starman", como toda una orquesta. Ya verás, ya verás.
-¿Eres consciente: de que la gira "Sound + Vision" será criticada como una concesión a la nostalgia?: «Ahí está Bowie, vendiendo sus viejas canciones».
-He dado en mi carrera todo tipo de giros, así que no me importa lo que digan. En realidad, he quemado etapas con tanta rapidez que hay canciones que deseché sin llegar a cansarme de ellas. Lo que pasó con "Sound + Vision" fue más sencillo. Rykodisc, una compañía norteamericana que se especializa en discos compactos, contactó conmigo, ya que quería reeditar mis viejas grabaciones. Me presentaron un proyecto fascinante: aprovechando las posibilidades de incluir más música en los compactos, querían complementar cada LP con grabaciones extra, caras B de singles, temas inéditos, maquetas, mezclas alternativas. Acostumbrado a trabajar con empresas enormes, que tratan discos antiguos como algo ínfimo, me impresionó el amor que esa gente puso en el proyecto. ¡Además, conocían grabaciones mías que yo había olvidado por completo! Cuando los de Rykodisc me dijeron «¿Puedes hacer algo para apoyar estas reediciones?», me lo pensé y contesté que sí. No había hecho nunca nada parecido, eso de ofrecer una panorámica de mis canciones: siempre estaba subordinado al concepto del momento, que me limitaba a la hora de establecer el repertorio. Me dije que podía hacerlo al menos una vez. Y nunca más.
-¿Es eso una promesa?
-¡Claro que sí! Si de algo se me puede acusar, no es precisamente de haber explotado mis aciertos, sean más o menos buenos. De hecho, he rehuido sistemática mente repetir las fórmulas. Y eso me ha creado conflictos, enormes conflictos, con las discográficas. Cuando estaba en RCA, vendieron "Young Americans" y se quedaron asustados cuando lo siguiente que les entregué fue "Low". Así que me empezaron a presionar: «Te daremos todo lo que quieras si vuelves a Filadelfia y haces otro disco de soul». Pero, aunque comprendiera su lógica comercial, yo no podía aceptar el trato. En aquella época, yo había olvidado mi fascinación por el sonido negro: estaba escuchando música alemana, Can y Kraftwerk, gente que tenía nuevos métodos de trabajo, otra actitud ante la creación en el estudio. Y así hice mi trilogía con Brian Eno, que fue saboteada por RCA: no querían o no sabían venderla. Por lo tanto, les dejé y fiché con EMI.
-Ahora, sin embargo, te vuelve a interesar la música de baile: has sacado remezclas de "Fame".
-¡Nunca me ha dejado de interesar la música de baile! Lo que ocurre es que debes hacerla cuando estás en esa onda. Y cuando tienes colaboradores adecuados. Por ejemplo, "Let's dance" no era más que otra canción mía, nada especial. Pero Nile Rodgers es un gran productor: se apropió del tema, lo reestructuró y lo convirtió en una pieza brutal, un sonido inmenso. Y además, con un increíble gancho comercial. Las remezclas de "Fame" obedecen a lo mismo, a mi deseo de trabajar con profesionales de la música de baile: Arthur Baker hizo dos remezclas asombrosas, John Gas y Mark The 45 King hicieron las otras. Es muy interesante dejar una obra tuya y ver cómo alguien la moldea en algo totalmente diferente.
-Tu anterior gira, dejando aparte el trabajo de Tin Machine, fue la "Glass Spider Tour". La reacción casi general fue negativa: dijeron que era un espectáculo desenfocado, que carecía de impacto.
-Hay algo de eso. Teníamos demasiada gente en el escenario, ocurrían cosas sin parar. Tin Machine y "Sound + Vision " son mi respuesta. Si en vez de actuar con un grupo amplio, sales al escenario con una banda mínima, ocurren cosas muy interesantes. Te tienes que apoyar en tres o cuatro personas, no puedes fallar o relajarte: todos damos más, aportamos más energía. Reemplazas los arreglos complica dos con energía primaria. Y eso es una sensación verdaderamente embriagadora.
-Sin embargo, "Sound + Vision" también se ha convertido en un montaje complicado...
-Sí, lo de preparar las canciones resultó relativamente fácil, todo lo fácil que puede ser aprenderse 30 o 40 temas para músicos que, en algún caso, nunca antes habían tocado nada mío. Lo que no puedes olvidar es que la gira se llama "Sound + Vision". La parte Vision incluye una utilización del vídeo y del cine que me parece bastante insólita. Hay una relación muy cuidada entre la música y el elemento visual. Y un montaje muy complejo, con imágenes controladas por un ordenador que da la señal de inicio de cada canción al batería. Creo que es una de las giras mejor concebidas de toda mi historia, junto a "Station to station", donde lo importante era la iluminación.
-¿Cuál ha sido la aportación de Edouard Lock, el coreógrafo/escenógrafo de La La La Human Steps?
-Mi admiración por Lock y La La La Human Steps es ilimitada, es el mejor grupo de ballet moderno. Les conocí en Montreal, donde tienen su base, y acordamos hacer algo juntos. No pudo ser con la "Gira de la Araña de Cristal", porque ellos tenían compromisos previos. Luego, trabajamos en una pieza corta que yo interpreté en un concierto en beneficio del ICA (Instituto de Arte Contemporáneo) de Londres. En "Sound + Vision", tenía que contar con ellos para conceptualizar la gira en términos visuales.
-¿Qué imagen tiene Lock de Bowie?
-¡No soy tan vanidoso como para hacerle esa pregunta! (risas). Edouard opina que se ha desvirtuado la presentación del rock en directo, cuando se trata de grandes recintos. Para él, la gente no acude allí para oír: es obvio que su equipo de música les dará mejor sonido. La gente acude para ver al artista, para experimentarle de primera mano. Lock detesta los escenarios grandes ya que consiguen que el artista parezca aún más pequeño. Por eso, ha decidido utilizar vídeo y cine, proyecciones que integran al artista -en este caso, su humilde servidor- en la arquitectura del escenario. Creo que el resultado es emocionante: es emocionante para mí, es emocionante para el público, es emocionante para todos los que han trabajado en "Sound + Vision". No se puede pedir más a un espectáculo musical, ¿verdad?
-Aparte de la gira, ¿qué emociona a David Bowie?
-Sigo encandilado por el cine. Tengo proyectos en desarrollo, libros comprados para convertir en películas. Pero no me hago demasiadas ilusiones, ya que el cine es una industria casi impenetrable. Es decir, hay demasiados intereses: actores, director, sindicatos, productores, distribuidores. El conseguir hacer una película y que se estrene en condiciones normales, uff... me parece un milagro. En comparación con el mundo de la música, el cine es un medio conservador, casi inaccesible, brutal en relación con el creador.
-Después de "Sound + Vision", ¿qué cabe esperar de Bowie?
-Otro LP de Tin Machine y una gira con ellos. He encontrado mucho cinismo con ese proyecto: «Bowie quiere rejuvenecer su público, atraer al público de Guns'n'Roses». Quiero rejuvenecerme yo mismo: es, poco más o menos, la música que yo tocaba en los años sesenta, rock blues muy fuerte, con intensidad y volumen. Pero también tengo otros planes: hacer un disco por mi cuenta, sin ideas preconcebidas. Entrar en el estudio sin canciones preparadas, agarrar los instrumentos y empezar a buscar ideas.
-Llevas casi treinta años en activo. Es obvio que podrías retirarte y vivir de y las rentas. ¿Qué te motiva en estos momentos?
-¿Quieres la respuesta vulgar o la res puesta elegante? La vulgar sería: me divierte. La fina: considero que el arte es un elemento integral de mi vida y continuaría creando algo aunque no tuviera público masivo detrás de mí. Aunque me parece romántica la idea del artista de rock, no me considero una persona del rock. He combinado un poco de todo: teatro, cine, pintura, danza. En la música, he recurrido a todos los idiomas disponibles, desde la vanguardia hasta los sonidos étnicos. Se trata de tejer todas estas influencias y lograr una obra que responda a mis inquietudes. Podrías calificarme como un artista pretencioso... o si te sientes benévolo, un artista «ecléctico». ¿Qué tal te suena? (carcajada).
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