miércoles, 23 de noviembre de 2016

David Bowie - Revista El Europeo, entrevista Junio 1990








Bye, Bye, BOWIE

El gran dios blanco del pop recorre el mundo despidiéndose de un repertorio de veinte años. «El fin de Bowie será para mí el principio de una nueva carrera», declara en la entrevista que publicamos. El «Camaleón» llegará a España en septiembre, después de que se hayan paseado por aquí otros ilustres «profesionales de la rebelión», los Rolling Stones, en junio. La «primera generación» envejece arrogante mientras trata de digerir sus contradicciones.

Martes por la tarde. Hilton, Park Lane. Los árboles deshojados de Hyde Park quedan ocultos por un enorme Bentley negro. Bowie se apea. Ni un movimiento agitado, ni flashes, ni guardaespaldas, ni rastro de los tics de una estrella del rock. En vez de eso, una atractiva charla con dos acompañantes, dos arrugas suaves en sus mejillas. Y en seguida ha desaparecido por el ascensor.

Dos minutos más tarde aparecen sus agentes de relaciones públicas montando un torbellino. Entrevista, cuarenta y cinco minutos o una hora, grita uno. Está de buen humor, de muy buen humor, grita el otro arrastrándome al ascensor. Ya arriba, se abre la puerta. David Bowie está de pie en una suite azul claro. Traje azul, camisa blanca. En la mano tiene una jarra con café, llena la taza y murmura: «Hola, soy David Bowie y sigo luchando con un pequeño jet-lag.»

-¿No está ya un poco harto de pasarse las noches en vela en las habitaciones de los hoteles?

-¡Por Dios!, no. Ahora viajo de otra forma y por eso puedo volver a disfrutar de los viajes. Con Tin Machine hemos ido de un sitio a otro en tren y en autobús.

-¿Qué tiene contra los aviones un hombre que siempre actúa como caído del cielo?

-Los aviones hacen estallar nuestra sensación natural del tiempo. Es simplemente monstruoso zumbar por el aire a 900 kilómetros por hora. No hay ninguna posibilidad de adaptarse al nuevo entorno. Es mucho más agradable acercarse lentamente a la meta, apearse un par de veces y charlar un poco con la gente. Un avión, por el contrario, no deja de ser un avión Y todo que le rodea es siempre lo mismo. Un manojo de aburridos ciudadanos del mundo, un par de azafatas sonriendo amablemente y desde ventanilla siempre el mismo panorama. La atmósfera terrestre en los alrededores de Tokio tiene exacta mente el mismo aspecto que sobre Los Angeles o París.

-¿Es este David Bowie natural, sencillo, que se pone a charlar con gusto con la población rural, su nuevo papel?

-No, ese es el David Bowie antiguo. Las épocas más bonitas de mi vida las he pasado en los Estados Unidos, en el Amtrak. Viaje con ese viejo ferrocarril hasta que se rompió.

«El miedo del diseñador salido de la probeta», escribía el New Musical Express sobre Tin Machine, y las otras reseñas tampoco fueron demasiado positivas. ¿Qué paso ha dado en falso David Bowie? 

-Un artista no hace nunca nada en falso. Sólo hace lo que tiene que hacer. Si eso concuerda o no con la moral de la época, no tiene ninguna importancia. Los periodistas me critican despiadadamente, porque quieren trepar rápidamente si defienden una opinión radical. Hoy es muy elegante considerarme una porquería. He sobrevivido a críticas más graves. Cuando me pongo a pensar el trato despiadado que tuvo en su época el disco Diamond Dogs, pienso que he salido bien librado en los últimos años. Aquel disco fue satanizado, mandado a la mierda. Hoy esa misma gente dice: «Estupendo, con ese disco Bowie dio en el blanco de los años 70.»

-¿Intenta usted ahora con su gira de despedida poner en claro el fenómeno Bowie como una serie de diferentes figuras artísticas?

-No. ¿A qué viene eso?

-Porque entonces no hubiese tenido que pulir tan ridículamente las viejas canciones como los Who o los Rolling Stones, sino que hubiese podido tocar de un modo muy elegante las versiones cover de los diferentes David Bowies.

-Una teoría interesante, pero en el fondo sólo subo al escenario para ofrecer el repertorio de mis últimos veinte años. Interpretaré al público lo que anteriormente ha seleccionado por teléfono, y espero que luego puedan dormir bien.

-¿Por qué no interpreta, hablando en propiedad, para el resto de su vida el símbolo Bowie? Con recetas parecidas otra gente ya ha envejecido y se ha hecho rica.

-No tengo ninguna gana de seguir siendo David Bowie toda mi vida. Como artista quiero, en definitiva, llegar a más, quiero seguir luchan do. El fin de David Bowie será para mí el principio de una nueva carrera.

-Usted ha dicho hace poco: «El rock & roll no pertenece a los crios de hoy, nos pertenece a nosotros. Nosotros lo escribimos, lo tocamos. Los críos oyen otras cosas. ¿Son éstas las opiniones de un viejo que ya no entiende el pop?

-Cuando se miran los Top Ten se constanta que el pop atonta a la gente. Por cierto, que en la actualidad ya no es tan grave como en 1987. Mi hijo, por ejemplo, vuelve a escuchar sobre todo a Jimi Hendrix, Cream y Bob Dylan. Sus amigos y él han borrado de la memoria los últimos quince años y vuelven a oír aquella música. Música en la que importaba la impro visación y no el concepto. Estos críos vuelven a saber escuchar y de ellos surgirá el nuevo rock.

-¿De dónde?

-Del input. Yo me crié con Little Richard, el Soul y Hendrix, y hoy en día los críos listos descubren sus propias fuentes. Así serán inmunes a los mecanismos de comercialización. Los críos podrán volver a hablar de sí mismos. Lenny Kravitz es un ejemplo de ello.

-Los años 80 han sido el decenio de la postmodernidad. A cámara rápida hemos vuelto a ser testigos de los años 50, 60 y 70. En la actualidad todas las agencias de publicidad pequeñas trabajan con el método que ha hecho grande y famoso a David Bowie. ¿Ha pasado ya la época del arte pop postmoderno?

-No depende del método, sino de los intérpretes. Desde que Brion Gysin, el maestro de Willian Burroghs, empezó con ese método se ha convertido en uno de los más importantes medios de producción del arte moderno. Quizá hoy en día esté un poco desgastado, pero no por el método en sí, sino por su uso generalizado. Tampoco dejamos de escribir porque dominemos sencillamente el abecedario.

-Sin embargo, ha dicho hace poco que con el vídeo no quiere tener ningún tipo de relación.

-De ello tiene la culpa principalmente la MTV (Music Television). Sus vídeos no tienen absolutamente ningún valor artístico. Hoy habría que volver a fomentar un cierto minimalismo, pero, si la MTV no colabora, nos podemos olvidar. ¿Qué valor puede tener un vídeo que no se proyecta en televisión? En el mejor de los casos se puede mostrar como instalación en una galería.

-David Bowie siempre fue especialmente habilidoso para adoptar ciertas tendencias y posteriormente lanzarlas al aire. Actualmente parece que la cosa se le complica. ¿Ya no existe ninguna tendencia adecuada a sus gustos? ¿Qué le parecería una imagen «verde», ecologista, la búsqueda de un nuevo realismo?

-El imponer a la propia vida un poco de realismo nunca puede ser sólo una moda, y en lo que respecta a los esfuerzos para salvar el medio ambiente tengo que decir que realmente ya era hora. Pero temo simplemente que los artistas no lo vean muy claro, si exceptuamos a Sting. Aunque sus mensajes son tan triviales y terminantes que sólo se pueden decir una vez. Después están muertos. Al poco rato la gente se aparta aburrida y los indios y el planeta siguen muriendo.

-Mirándolo desde la perspectiva de hoy, Bob Geldof tan sólo ha contribuido con su moda etíope a que la ignorancia frente a la catástrofe del Sahel haya disminuido.

-Con la música pop no se puede cambiar el mundo. Los hombres no aprenden siempre cometen los mismos errores. ¿Qué cree usted que será del mundo tras la caída del comunismo? 

-¿Por qué se fue entonces a vivir en los años 70 a Berlín?

-Por el muro. El muro formaba el entorno más singular en el que yo haya vivido, Berlín era el lugar más extraordinario del mundo.

Con Alemania Occidental no tuve nada que ver. Había una huida constante. Sólo permanecieron un montón de jóvenes y de gente mayor.

-¿Se puso triste cuando cayó el muro? 

-Sí, fue como ver a un viejo amigo mutilado tendido en el suelo. Fue a partir del muro cuando Berlín adquirió esa inusual atmósfera de creatividad. Tras una vida como estrella del rock tuve que volver a la realidad. Anterior mente sólo había fantaseado bajo los efectos de la cocaína. En Berlín volví a aprender a charlar con seres humanos.

-¿Qué es lo que distingue a una estrella del rock del resto de los seres humanos? -Eso mejor se lo pregunta a Rod Stewart. Yo ya lo he olvidado. Una estrella del rock tiene exactamente una ventaja: consigue la mejor mesa de un restaurante.

-David Bowie es la estrella de la eterna juventud. ¿Cómo se siente cuando se va haciendo viejo?

-No me causa ningún problema. Nunca he soñado conservarme joven para siempre. Tanto a los quince, a los veinte como a los veinticinco años era extremadamente vulnerable, inseguro y débil. Siempre he respetado a la gente que era un poco mayor que yo. Cuanto más viejo soy, más feliz me encuentro. Ahora empiezo poco a poco a intuir lo que sucede conmigo. 

-Ya podrá escribir su autobiografía. 

-No tengo ningún afán de contar mi vida.

-¿Qué impresión tendría usted del David Bowie de hoy en día? 

-Si me topase con todos los Bowies que he interpretado en mi vida estaría listo para el manicomio. Si me cruzara con el Bowie de hoy probablemente pasaría a su lado sin decirle buenos días.

THOMAS HÜETLIN