martes, 6 de diciembre de 2016

MAN, Noviembre 1995


David Bowie: "No me parece reprobable que alguien proyecte
en ti sus deseos más oscuros. Para eso han servido las estrellas
del cine. Si no existe un acoso, me parece válido. ¿Que alguien
se masturba imaginando a su estrella favorita? Bien, seguro que 
ese acto le quita tensiones y frustraciones."

"De saber que a Kurt Cobain le gustaba mi música, hubiera hecho
algún intento de comunicarme de persona a persona."

"Es rejuvenecedor tocar con músicos que podrían
ser tus hijos."


"Procuro no frustrarme por lo que está fuera de mi control."

"Estoy muy orgulloso de la música que grabé para
"El Buda de los Suburbios"... por lo menos ese trabajo
me puso en disposición de volver a trabajar
con Brian Eno."

"Debo confesar que hubo una época, a mediados de los ochenta, 
en la que entré en una rutina y lancé discos que ahora no me
producen ningún placer."

"Brian Eno toma elementos de la cultura de masas y aplica
tratamientos de alta cultura, de la vanguardia. Yo soy lo contrario:
popularizo lo que inicialmente eran conceptos poco
conocidos, propios de élites. El roba abajo, yo robo arriba. 
¡Que no se entere nadie!"


"Desde 1988 me he sentido más libre que nunca. Dejé de ser
el David Bowie que se definía por su reflejo en los medios. Ahora, 
soy David Bowie, una persona que no quiere reprimirse
ni se deja intimidar por los prejuicios ajenos."

Revista MAN, noviembre 1995

Pregunta: ¿Te molestaba verte considerado como un símbolo sexual?

David Bowie: Ciertamente no (risas). Tampoco me parece reprobable en sí que alguien proyecte en ti sus deseos más oscuros. Para eso han servido las estrellas del cine, desde Clara Bow a Sharon Stone. Si no existe un acoso, me parece válido. ¿Que alguien se masturba imaginando a su estrella favorita? Bien, seguro que ese acto le quita tensiones y frustraciones.

P.: ¿Tienes alguna interpretación respecto a qué provocó que Kurt Cobain se suicidara?

DB: Sería frívolo por mi parte pretender conocer sus mecanismos mentales. Yo, como cualquiera que observara con un poco de detenimiento, veía en él un asco ante el mundo, una insatisfacción ante el papel de estrella del rock. Pero imaginaba, disculpa mi ingenuidad, que eso era una fase por la que Kurt estaba pasando. De saber que le gustaba mi música, hubiera hecho algún intento de comunicarme de persona a persona.

P: Kurt Cobain grabó tu tema “The man who sold the world” en el ultimo disco de Nirvana…

DB: Sí, me hizo sentir bien. De hecho, estaba tan acostumbrado a que me vapulearan los semanarios y los nuevos grupos británicos que me pareció que allí había un error (carcajada). No, ahora mantengo una relación cordial con gente de Suede y Blur. Pero es más reconfortante el respeto de los músicos estadounidenses. Dentro de poco, me voy de gira con Trent Reznor y sus Nine Inch Nails. Y me llegan algunas frases positivas de The Smashing Punpkins. Es rejuvenecedor tocar con músicos que podrían ser tus hijos.

P: Por tu parte, ¿te has sentido impresionado al tener que interpretar ante las cámaras a un ídolo tuyo? Me refiero a tu papel de Andy Warhol en la película de Julian Schnabel sobre Basquiat.

DB: Fue… extraño. Nos dejaron objetos personales, que están depositados en su museo de Pittsburgh. Su ropa, su peluca, sus gafas. Y su bolso de mano, que no contenía más que algunos trozos de papel, una agenda telefónica, muchas píldoras de hierbas. Me produjo una tristeza… de todas formas, estuve diez días rodando y no hubo tiempo para la melancolía: conocía a Dennis Hopper, a Chris Walken, a Gary Oldman, a Willen Dafoe, así que nos lo pasamos muy bien. Estoy en un momento en que no soportaría rodar una película como protagonista. El único que realmente tiene una función creativa es el director. Eso sí que sería excitante… pero los productores no creen en David Bowie cineasta.

P: ¿Alguna otra frustración?

DB: Procuro no frustrarme por lo que está fuera de mi control. Por ejemplo, estoy muy orgulloso de la música que grabé para “El Buda de los suburbios”, la serie de televisión basada en la novela. Ese tipo de discos no se toman muy en serio, pero allí aparece música extremadamente valiosa. Por lo menos, ese trabajo me puso en disposición de volver a trabajar con Brian (Eno).

P: Eno es un hombre muy ocupado, con sus producciones para U2 y demás, ¿Cómo fue el retomar contacto?

DB: Le invité a mi boda, en 1992. En la iglesia, sonó música que yo había compuesto. Me dijo que le agradaba y le hice escuchar más: estábamos ya en la fiesta y la gente bailaba, pero convencí al disc jockey para que pinchara otros temas que yo tenía en la cinta. La gente dejó de bailar, pero Brian y yo comprobamos que había una posibilidad de entendimiento.

P: ¿En qué se concretaba ese entendimiento?

DB: No queríamos repetir “Low” o “Heroes”. Lo fácil hubiera sido actualizar aquello, porque allí había intuiciones que luego se han demostrado acertadas. Pero, sinceramente, ni Brian ni yo trabajamos por la fama. Debo confesar que hubo una época, a mediados de los ochenta, en la que entré en la rutina y lancé discos que ahora no me producen ningún placer. Por coincidencia, también Brian se sintió decepcionado por la música en esa época, y es cuando empezó a trabajar con las instalaciones y demás. A partir de 1988, ambos sentimos que el viento soplaba en nuestra dirección y volvimos a la música creativa.

P: ¿Quién está haciendo música creativa en estos tiempos?

DB: Eso exigiría un libro, y no soy un musicólogo. Puedo decirte que no paro de escuchar los últimos discos de P.J. Harvey o de Tricky. ¡Por razones diferentes!

P: ¿En qué os diferenciáis Brian y tú en términos de actitud artística?

DB: Milagrosamente, nos encontramos a medio camino. Él toma elementos de la cultura de masas y aplica tratamientos de alta cultura, de la vanguardia. Yo soy lo contrario: popularizo lo que inicialmente eran conceptos poco conocidos, propios de élites. El roba abajo, yo robo arriba… ¡Qué no se entere nadie!

P: De todas formas, hay un elemento lúdico en vuestra forma de funcionar en un estudio, ¿no?

DB: Bien, no entramos a grabar con angustia. Brian llena el estudio de instrumentos, de juguetes, de relojes y otros aparatos que hagan ruido. Y luego están sus tarjetas de instrucciones: “¡conviértete en un árbol!” o “¡toca como si estuvieras friendo un huevo!”. Evidentemente, si le enseñáramos una tarjeta de esas a un músico profesional, nos expondríamos al ridículo o se indignaría. Por eso, seleccionamos instrumentistas que nos conocen lo suficiente como para no sentirse acobardados o molestos.

P: En vuestros antiguos discos berlineses, había un tercer elemento básico: Robert Fripp.

DB: Pensamos en él y también en Adrian Belew. Pero ambos están juntos en el proyecto de King Crimson y no queríamos interferir. Así que, para las guitarras, hemos contado con Carlos Alomar y Reeves Gabrels. Ambos son músicos de enormes posibilidades que no se dejan encadenar por la rutina. Al igual que el teclista, Mike Garson, han formado parte de mis grupos en diferentes épocas y eso les hace muy tolerantes con mis sugerencias.

P: Otra de las audacias del disco nuevo, “Outside”, es que se trata de una obra conceptual.

DB: No, yo no lo veo así. Más bien, es un disco narrativo. Antes de entrar a grabar, Brian y yo estuvimos improvisando solos, en una pieza donde él me otorgó el papel de griot, esos depositarios africanos de la historia y la leyenda. Al mismo tiempo, la revista “Q” me pidió una colaboración para una sección donde alguien escribe su diario de una semana. Yo no podía hacer algo tan obvio, y me inventé un personaje, el detective Nathan Adler, que ha reaparecido en “Outside”.

P: Y que investiga en el mundo del arte de vanguardia a finales del milenio. ¿Qué te atrae de ese mundo?

DB: Me fascinan los artistas extremistas, que recurren a mutilaciones, que se convierten en el objeto de su arte, que violan las reglas de las “performances”. Gente que se hace implantes de metal, que se desfigura el cuerpo, que se reconstruye mediante la cirugía estética.

P: Sin embargo, creo que tú solo tienes un tatuaje pequeño y escondido…

DB: Sí, soy un cobarde en esos asuntos. Lo que me interesa es el surgimiento de un nuevo paganismo, con la aparición de tribus modernas que recurren a marcas físicas para diferenciarse. Supongo que es una nostalgia inconsciente de tiempos más primitivos, cuando todos estábamos unidos por rituales. Lo que seguramente revela un anhelo de tener un horizonte espiritual. Yo imaginaba que eso ocurriría después de un trauma apocalíptico, pero está pasando ahora, quizá como respuesta a esa pérdida de sensibilidad que supone estar conviviendo con la violencia. No me hagas caso, puedo estar divagando…

P: La idea del detective que investiga unos asesinatos en serie que ocurren en un mundo donde la degradación social convive con la alta tecnología es muy… cyberpunk. ¿Has estado leyendo a William Gibson, Bruce Sterling y demás?

DB: Sí, aunque yo pienso que estoy desarrollando ambientes y personajes que ya estaban al fondo de discos míos como “Ziggy Stardust” o “Diamond dogs”. Con la abundancia de medios y los cruces de influencias, nadie puede afirmar que sus ideas son puras, originales. Creo más en un proceso de retroalimentación.

P: Has desarrollado un programa informático que imita el proceso de los “cut-ups” de William Burroughs.

DB: Lo hizo un amigo mío. La idea de combinar frases, párrafos y palabras de una forma aleatoria siempre me ha interesado. En la práctica, hacerlo al viejo estilo, con tijeras, pegamento y demás, te quitaba mucha emoción. Con el ordenador, se hace limpiamente. Y sigues sorprendiéndote de la infinidad de combinaciones que surgen al azar.

P: ¿Tendrá continuación “Outside”?

DB: Mi propósito es que sí, que se convierta en una especie de crónica de las preocupaciones dominantes en los últimos cinco años del milenio, al menos desde mi atalaya. En mi discográfica, han recibido el plan con interés, pero están esperando a que lleguen las cifras de venta de “Outside”…

P: Lo del arte, ¿es un entretenimiento o una posible carrera secundaria?

DB: Pues no me corresponde afirmar una cosa u otra. Tampoco es que me guíe por las reseñas de mis exposiciones: sé que mi nombre pone en funcionamiento el cinismo de los críticos, “otra estrella del rock jugando a artista posmoderno”. Sé que lo que hago, sean diseños de papel de pared o arte por ordenador, me produce placer. Brian suele decir que la creatividad de los músicos está limitada por los condicionantes de la industria, que define lo que puedes hacer… poniendo límites a los que están dispuestos a vender.

P: ¿Tienes relación el  “establishment” del arte?

DB: He colaborado con artistas como Damien Hirst y Beezey Bailey. También estoy en el consejo editorial de “Modern Painters”. Y he compuesto la sintonía para una historia televisiva del arte británico. Me gustaría presentar un programa de televisión sobre arte contemporáneo, se puede hablar sobre arte sin caer en lo pretencioso, explicándolo sin condescendencia hacia el espectador. Pero no estoy muy seguro de que se atrevan. Para el mundillo del arte, siempre sería un intruso.

P: Pero insistes…

DB: Claro. Desde 1988, me he sentido más libre que nunca. Dejé de ser el David Bowie que se definía por su reflejo en los medios. Ahora, soy David Bowie, una persona que no quiere reprimirse ni se deja intimidar por los prejuicios ajenos.


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